[Esta entrada apareció publicada el 24 de mayo de 2024, en el semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
En la Italia medieval, a caballo entre finales del siglo XII y primera mitad del XIII, vivió en Pisa un niño llamado Leonardo que desde muy pequeño mostró una especial predilección por los números, y es que no tenía otro pensamiento en su cabeza, era un soñador de números, una ‘rara avis’.
Un niño que empezó a
trabajar con su padre, el comerciante Guglielmo Bonacci, con quien viajaba a menudo por medio
mundo como ayudante y fruto de esos viajes conoció el sistema de numeración
árabe, otra forma de escribir los números diferente a la numeración
romana que se empleaba, y que ofrecía muchas ventajas a la hora de operar
con ellos.
Una cualidad que no escapó a su inteligencia por lo que dedicó años a su estudio junto a los matemáticos árabes más destacados de su tiempo; y a él debemos la introducción, difusión y posterior asentamiento del cálculo con cifras indo arábigas en Occidente, si bien al principio muchos de sus contemporáneos la consideraron estúpida.
Sin embargo, el tiempo le dio la razón
y desde entonces este sistema -que emplea notación posicional de base 10 o
decimal, y un dígito de valor nulo, el cero- está extendido por todo el mundo.
Hacia 1202, contando con 32 años de
edad, publicó Liber abaci (“El libro del cálculo”) donde recoge todo lo
que aprendió y la importancia del uso de la nueva numeración en la vida
práctica: contabilidad comercial, conversión de pesos y medidas, cálculos
diversos, intereses, cambio de moneda, etcétera.
En sus páginas también describe el cero, la notación posicional, la descomposición en factores primos, los criterios de divisibilidad. Un libro bien recibido por la clase culta, con un profundo impacto en el pensamiento matemático europeo y que hizo de él “el matemático occidental de mayor talento de la Edad Media”. Bien.
Pero no quedó ahí la aportación de Leonardo,
su inagotable curiosidad y capacidad de observación le hicieron darse cuenta de
que muchas cosas en la naturaleza, desde el número de pétalos en una flor a la
espiral de una concha pasando por la reproducción de algunas especies, parecen
seguir un patrón numérico determinado.
Unos números no solo presentes en la
naturaleza, también se muestran en las humanas poesía o música como si
existiera una armonía aritmética en el universo; algo que cuatro siglos después,
el también pisano Galileo Galilei diría, ‘El gran libro de la
Naturaleza está escrito en símbolos matemáticos’.
Por cierto, el apodo de Fibonacci “hijo de Bonacci” con el que ha pasado a la memoria colectiva no se empezó a usar hasta el siglo XIX, cuando la empleó el matemático francés Édouard Lucas, divulgador de la obra del italiano quien también acuñó la denominación “sucesión de Fibonacci”. (Continuará)
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