Es una expresión con la que algunos se refieren a aquellos acontecimientos que, a pesar de la expectación que han despertado, se resuelven de forma insignificante, incluso, decepcionante; vamos, aquellos sucedidos que se anuncian como algo mucho más grande o importante de lo que realmente terminan siendo.
Una locución, tal vez menos conocida que otras de nuestro refranero creadas hace siglos, como ‘ser más el ruido que las nueces’ o ‘mucho ruido y pocas nueces’ que ya utilizaban nuestros clásicos del Siglo de Oro con la misma idea, la de referirnos a algo ridículo que se prometía mucho mayor.
Menos conocida le decía porque si, dicha así, la frase en cuestión puede parecer
a priori un enigma surrealista, ¿un monte pariendo?, no le digo a
posteriori lo que resulta cuando se sabe la consecuencia del parto montero.
Un misterio que deja de serlo en cuanto nos lo propongamos pues disponemos de una buena explicación para entender su origen, naturalmente los clásicos quienes si no; aunque antes de entrar en él le doy unas pinceladas que un buen amigo me ha contado al oído, acerca de la influencia de la susodicha en la literatura.
Referencias
recientes. Siglos XX y XIX
Y así el escritor y profesor zaragozano Javier
Barreiro publicó en 1983 el cuento El parto de los montes, que por
cierto fue muy galardonado; y el polímata mexicano Juan José Arreola utiliza
la misma idea pero reconvirtiéndola en un brevísimo y delicioso relato fantástico
que lleva por título el latinajo Parturient montes, perteneciente a su Confabulario
de 1952.
Ya a mediados del siglo XIX su compatriota Eufemio Romero escribió un relato breve titulado precisamente El parto de los montes, (1851), donde dos niños encuentran en la montaña unos restos óseos que sacuden a un pueblo entero y que a la postre resultan ser los de un simple simio.
Y en todos los casos, lo dicho, empleamos la expresión ‘el parto de los montes’ cuando se espera obtener
algo importante y al cabo nos topamos con una menudencia.
Referencias
recientes. Siglos XVIII y XVII
Ya no tan reciente, el laguardiense Félix de Samaniego
(1745-1801) incluye en su ‘Fábulas en verso castellano para el uso del Real
Seminario Bascongado’ de 1781, la homónima del titular entre otras, que
seguro le sonarán si tiene edad de peinar canas o no tiene ni canas que peinar,
véase, La zorra
y las uvas, La paloma, La cigarra y la hormiga,
Congreso de ratones, o El perro y el cocodrilo.
Le dejo con el que nos trae: ‘Con varios ademanes horrorosos / los montes de parir dieron señales. / Consintieron los hombres temerosos / ver nacer los abortos más fatales. / Después que con bramidos espantosos / infundieron pavor a los mortales, / estos montes que al mundo estremecieron / un ratoncillo fue lo que parieron’. (Continuará)
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