(Continuación) De ahí que pensemos en ir dejando el ya prolijo asunto del “olor de la lluvia” y del que a modo de resumen diremos que está: asociado a tres materiales químicos; motivado por dos fenómenos físicos, uno antes de llover y otro durante y después; y denominado de dos formas distintas. Unos olores reales que captamos y de los que conocemos su explicación científica.
“Olor a lluvia”
O también “olor a tormenta”
pues se produce como consecuencia de una descarga eléctrica presente en la
atmósfera antes de llover y la presencia de partículas cargadas que dan lugar
a la descomposición de las moléculas de nitrógeno N2 y oxígeno
O2.
Lo hacen en átomos individuales
que reaccionan con otras moléculas como las de monóxido de nitrógeno NO,
que terminan por formar las de ozono O3; un gas que las corrientes
atmosféricas desplazan hacia abajo, esparciendo su característico olor a limpio
tan agradable y reconfortante.
“Olor a tierra mojada”
O también “olor a petricor”, es un efecto que surge de la aparición en la atmósfera de dos materiales procedentes de los distintos suelos y rocas, al ser golpeadas por las gotas de agua de la lluvia: uno, el compuesto químico geosmina y, otro, la mezcla de sustancias petricor, presentes en la atmósfera durante la lluvia y después.
Es a la combinación de olores generados
por ambos a lo que llamamos “olor a tierra mojada”, que unido al “olor a tormenta”
conforman el “olor a lluvia”; sí, lo sé, lo de los nombres no está muy fino que
digamos y existe cierto confusionismo, pero es lo que hay por ahora.
Del porqué nos resultan unos aromas
tan agradables también tenemos explicación, está asociado a un mecanismo evolutivo de supervivencia y del que en
su momento no le dije que asimismo lo utilizan los insectos para encontrar la dirección
de las zonas más húmedas.
De greguería en greguería
Arrancó esta saga, allá a primeros de diciembre del año pasado (Nubes: greguerías y publicidad) con una greguería del escritor novecentista y periodista vanguardista Ramón Gómez de la Serna (1888-1963), aquella que reza: “El mejor destino es el de supervisor de nubes acostado en una hamaca y mirando al cielo”.
Y pretendo acabarla con otra suya
igual de ingeniosa, “La lluvia es triste porque nos recuerda cuando fuimos
peces”, no sin antes admitir que quedan muchos flecos sueltos como, por ejemplo,
¿por qué el
reconocimiento de ciertos olores activa zonas del cerebro con estructuras
antiguas?
¿Por qué nos
transportan al pasado, a recuerdos imborrables como el olor del guiso de la
abuela, la madera en la chimenea, la hierba recién cortada o las magdalenas recién
salidas del horno? ¿He dicho magdalenas? (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
¿Cuánto pesa una nube, porqué no se cae?
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