[Esta entrada apareció publicada el 30 de junio de 2023, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Podría ser el titular que resumiera el estado de nuestra ciencia pues, si bien es cierto que nuestros científicos tienen una buena productividad, generan mucho con pocos medios y ahí están los datos que lo demuestran, no lo es menos que su calidad académica, para qué engañarnos, no es digamos excepcional.
Vamos que la excelencia
investigadora no es una categoría que esté hoy por hoy a nuestro alcance, y lo
sabemos con solo volver a mirar los datos anteriores o recordar cuántos premios
Nobel hemos tenido desde Ramón y Cajal, el único realmente cocinado en
los fogones patrios, va ya para más de un siglo (1906).
Sin duda el problema de la ciencia en España no es un asunto menor, posee una cierta complejidad que quizás no sea de fondo con excesivo calado, pero sí de forma poliédrica, al ser multifactorial con no pocos elementos interactuando, lo que explicaría la mala situación en la que nos encontramos. Un problema que por ponerle un nombre y simplificarlo (un error sin duda por mi parte, casi nunca lo complejo tiene una solución fácil) le diré que nace de la existencia de una pobre cultura científica por nuestra parte, y es que no es fácil tener, no digo una rica, sino una medianamente saneada.
Y la razón es bien simple, para mucha gente,
cultura es todo y solo aquello relacionado con las humanidades (entiéndase
literatura, teatro, pintura, escultura, cine, etcétera) pero no con las
ciencias, que se encuentran a otro nivel intelectual, inferior, claro. Por eso
hablan y diferencian humanidades de ciencias, como si éstas no la hicieran los
humanos y por tanto no tuvieran nada que ver con la cultura. Un craso error
pues, sin ciencia no hay cultura.
Y cuando digo mucha gente me refiero también de otros países, aunque tengo para mí que este fenómeno es bastante más notorio, cuantitativamente hablando, entre nosotros. En definitiva, que muchos ni saben lo que es la ciencia ni entienden el significado del trabajo científico, por lo que ese mundo le resulta raro y lejano, una ignorancia que explica su falta de atención y respeto hacia él, lo que no es bueno. No lo es porque entre todos ellos están los políticos, quienes en última instancia deciden cuánto y cómo invertir en ciencia, y así nos va.
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