[Esta entrada apareció publicada el 11 de noviembre de 2022, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
El escritor francés Henri Beyle, más conocido por su seudónimo de Stendhal, publicó en 1817 ‘Roma, Nápoles y Florencia’, el supuesto diario de viaje de un ficticio oficial de caballería prusiano, mientras disfrutaba de un permiso de guerra en Italia. Un conjunto de narraciones sobre el país que el francés tanto amó, y que creó a partir de su propia experiencia viajera, convirtiéndola en una obra casi biográfica.
Y en ella encontramos
el relato de un sucedido que tuvo lugar en ese año, durante su visita a la
basílica de la Santa Cruz de Florencia, donde explica la reacción de mareo,
taquicardias y sudores que sufrió allí y le obligaron a salir para recuperarse.
En sus propias palabras: “Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.
Por lo que cuenta
llevaba todo el día admirando la ciudad sus iglesias, museos y galerías de arte,
una prolongada, intensa y estética vivencia que le aturdió al punto que
sabemos.
Es precisamente en
Santa Croce cuando, impresionado ante las tumbas del politólogo Maquiavelo,
el gran Miguel Ángel o el rebelde Galileo, y unido a la belleza del resto de la
basílica, que empieza a experimentar sensaciones de agotamiento, mareo y
taquicardias que le obligan a alejarse del lugar por no poderse tener en pie.
Desde entonces dichos síntomas se han convertido en el referente de una romántica reacción, ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico. Es probable que recuerde un anuncio de TV de principios de siglo, sobre una conocida marca de coche que comenzaba así:
“En 1817, el joven novelista francés Stendhal visitó la ciudad de
Florencia. Nada le había preparado para la acumulación de tanta belleza. Entró
en la monumental iglesia de Santa Cruz, de repente se sintió aturdido, sufrió
una ligera desorientación, palpitaciones y una intensa sensación de falta de
aire y tuvo que salir. Hoy en día, a estos síntomas se le conocen como Síndrome
de Stendhal”.
No me negará que los publicistas demostraron ingenio y valentía, al emplear la anécdota de un escritor del siglo XIX para vendernos las excelencias de un coche en el XXI. Fue una forma insigne y osada, ¿quizás la única?, de hablar de Stendhal en aquellos entonces, y hacerlo además en un medio como la televisión.
No le digo lo que sería hoy en día. Piénselo, un anuncio de coche envuelto en arte, casi nada. Todo un puntazo de comienzo culturizante que, recuerdo, finalizaba con una frase: “A veces la perfección resulta difícil de soportar”.
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