[Esta entrada apareció publicada el 27 de mayo de 2022, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Es mucho lo que nos queda aún por conocer acerca de cuáles fueron las condiciones existentes en la Tierra y los tipos de procesos biogeoquímicos que tuvieron lugar en ella, para que se abriera camino la vida; la única clase de vida que conocemos, la del único lugar del universo en el que sabemos que existe, nuestro planeta.
Unas condiciones de
temperatura, presión o acidez del todo extremas para nuestros parámetros
actuales, que imposibilitaban su habitabilidad si bien, de alguna manera y en
algún momento, la pergeñaron en cuanto se asentaron unas condiciones de
estabilidad mínimas para asegurar la existencia continuada de agua líquida
sobre el planeta.
Una vida planetaria que sin duda evolucionó a partir de un mismo ancestro común, las primeras procariotas, organismos unicelulares formados genéticamente a partir de un conjunto de metabolismos celulares contenedores de las instrucciones precisas para ello.
Una
vida que surgió relativamente pronto -entiéndame hablo en escala geológica,
pongamos unos cuatro mil millones (4 000 000 000) de años- a partir de estos
seres simples y a los que una serie de ciclos biogeoquímicos en todo el planeta
posibilitaron aumentar su complejidad.
Pero evidentemente, todo
esto guarda relación con sucedidos que tuvieron lugar en el resto del cosmos, miles
de millones de años antes. La enorme abundancia y diversidad que podemos observar en el universo es
consecuencia, en una primera instancia, de las reacciones termonucleares
que se producen en el interior de las estrellas.
Es algo que sabemos a ciencia cierta, aunque en los albores del siglo XIX Auguste Comte aseverara que nunca sabríamos de qué están compuestas las estrellas. Pero vaya si lo sabemos. En ellas, a modo de inevitable evolución química, se cocinaron todos los elementos químicos (cada clase de átomo existente) conocidos, desde el hidrógeno (H) al uranio (U).
Los mismos que posibilitaron la formación en el medio interestelar, las nebulosas o los cometas de una gran variedad de compuestos químicos moleculares, y les hablo tanto de inorgánicos como de orgánicos.
Una complejidad molecular que encuentra su entorno más
adecuado de desarrollo en los sistemas planetarios, donde empiezan a aparecer compuestos
orgánicos con potencial biológico. Sí, se trata de una evolución biológica
planetaria que procede de una evolución química estelar, pocos científicos lo
dudan.
Todos los seres orgánicos, también nosotros, fuimos engendrados en la explosión inicial, en medio de la inmensidad de los espacios siderales y en el mismo corazón de las estrellas. Y aunque solo somos una raza avanzada de monos, viviendo en un planeta insignificante de una estrella perdida en una galaxia que está en una esquina olvidada del universo, somos capaces de saberlo y comprenderlo.
Sí, unos monos muy especiales, y por supuesto ‘somos
polvo de estrellas’, Carl Sagan ‘dixit’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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