(Continuación) Un libro, ‘Sobre la teoría de la relatividad especial y general’, que Albert Einstein (1879-1955) presentó cinco años antes, en 1916, con las siguientes palabras: «El presente librito pretende dar una idea lo más exacta posible de la teoría de la relatividad, pensando en aquellas personas que, sin dominar el aparato matemático de la física teórica, tienen interés en la teoría desde el punto de vista científico o filosófico».
Lo que se dice toda una declaración de intenciones por
parte del autor, acerca de los fundamentos de la teoría relativista, expuestos con
la mayor claridad posible en el libro.
Del que le llegó a Lawrence un ejemplar, enviado
por su amigo S. S. Koteliansky (1880-1955), traductor
británico nacido en Rusia, y al que unos días antes, el 4 de junio, le había
escrito pidiendo que le enviara “un libro sencillo sobre la relatividad de
Einstein”.
Y, cinco días después, el 9 de junio, le enviaba otra
carta para recordárselo: “En cuanto llegue, te enviaré un cheque”. Finalmente,
cuando lo recibió el 15 de junio, le escribió una carta a los pocos días con un
“muchísimas gracias”.
Además, también le apostillaba: “Einstein no es tan metafísicamente maravilloso, pero me agrada por sacar el alfiler que fijaba nuestro pequeño y revoloteador universo físico”. Una primera respuesta, algo ambivalente por parte del, en otros terrenos, decantado y controvertido autor.
Primeros
contactos y consecuencias
Una ambivalencia que es fruto de sus primeros y crédulos
escarceos relativistas en el ambiente cultural europeo del Modernismo de
finales del siglo XIX y principios del XX, especialmente en el periodo comprendido
entre 1906 y 1908.
Y consecuencia de la lectura de varias obras, de diversos
“relativistas victorianos”, asociadas a entidades culturales relacionadas entre
sí y cambiantes como: el mundo natural para Ch. Darwin y T.H.
Huxley; la verdad para W. James; el universo para H.
Spencer y E. Haeckel; o artistas modernos como Picasso, Duchamp
y Boccioni.
Vamos que Lawrence ya creía en la relatividad antes de su encuentro con los escritos de Einstein, y le resulta de lo más familiar la idea de que, ya el propio punto de vista del observador, produce una visión relativista del mundo.
Una familiaridad no exenta de un buen
grado de incomprensión, como le ocurrió y ocurre a la mayoría de las personas
que nos enfrentamos a ella, ante los postulados de esta moderna revolución
cognitiva y ¿filosófica?
En un breve texto el inglés, para algunos de sus
contemporáneos “el novelista imaginativo más grande de nuestra generación”, lo
explica con humildad y belleza: “Me gusta la teoría de la relatividad y la teoría
cuántica porque no las entiendo, porque hacen que tenga la sensación de que el
espacio vaga como un cisne que no puede estarse quieto, que no quiere quedarse
quieto ni que lo midan; porque me dan la sensación de que el átomo es una cosa
impulsiva, que cambia continuamente de idea”. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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