Cada vez me gusta más este tipo de divulgación en el que, sin solución de continuidad, se entremezclan ciencia y literatura, la primera como objeto de narración y la segunda como vehículo narrativo, y de la que el ejemplar que tengo sobre mi mesa es una magnífica muestra. Una claramente realizada por un ‘cienciaherido’ y perdone el neologismo, entendido como persona que divulga la ciencia o se aprovecha de ella para hacer creación literaria. Uno, me refiero ahora al ejemplar, no muy extenso por cierto pues se compone de 212 páginas agrupadas en tan solo cinco capítulos, uno de ellos a modo de epílogo, y sin introducción.
Una manita de capítulos sin aparente conexión entre ellos, a través de
los cuales realizamos un viaje narrativo a lo largo de poco más de tres siglos,
gracias al cual sabremos de sucedidos reales e irreales relacionados con el
primer pigmento sintético moderno, azul de Prusia, y el venenoso gas cianuro de
hidrógeno.
O de aquella carta enviada desde unas
trincheras de la Primera Guerra Mundial, en la que se incluían la solución de
las ecuaciones de la relatividad y un primer anuncio de los agujeros negros.
Sin olvidarnos de esos estudios estructurales matemáticos que llevaron a su autor a entregarse a un solitario retiro espiritual que -acompañado de delirio místico, aislamiento social y locura- impidió que sus trabajos fueran difundidos. Para acabar con las eternas disputas nocturnas, plagadas a veces de razonamientos ininteligibles, entre los fundadores de la mecánica cuántica, de donde surgió el principio de incertidumbre, aunque eso sí cada uno lo hizo a su manera, y ese asunto de los dados de Dios y el universo. Una cuestión entre determinismo y azar.
Perdón, en realidad el libro no acaba ahí sino con un epílogo titulado El
jardinero nocturno, del que me gustaría saber su opinión pues yo me reservo
la mía por ahora. Naturalmente estos hechos
tienen unos protagonistas cuyos nombres, seguro le habrán venido a la cabeza
mientras lee estas líneas, entre otros, aparecerán en escena: Diesbach, Frisch,
Swedenborg, Scheele, Haber, Schwarzschild, Einstein, Courant, Mochizuki, Grothendieck,
Schrödinger, Heisenberg, Bohr o de Broglie, por no agotar el tema.
Y todo ello contado en un lenguaje literario ameno que nos aproxima humanamente a los científicos a la vez que nos hace asequible algunos complejos conocimientos de ciencia y sus vinculaciones sociales, todo ello sin renunciar ni a un ápice de rigory profundidad. Ya se ha escrito que “todo en este libro es ciencia; el resto, literatura”, lo que bien puede ser pues a veces, cuando la literatura se adentra en la ciencia ésta se transforma en literatura.
O del fondo y la forma que dijo aquél, claro que otro grande del siglo
pasado también dijo que “Toda ciencia bien es física o
filatelia”. En fin. Según mi, por otro lado prescindible opinión, estamos ante un
libro recomendable, que nos aproxima a esa hipotética ‘tercera cultura’ más
allá de ‘las dos culturas’ de Snow. Recuerde.
TÍTULO: Un verdor terrible
AUTOR: Benjamin
Labatut
EDITORIAL: Anagrama,
2020
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