[Esta entrada apareció publicada el 16 de octubre de 2020, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Con la expresión del titular no aludo a esa ingente cantidad de fragmentos que orbitan nuestro planeta, compuesta por restos de naves espaciales, fases de motores y otros derivados de la explosión de etapas de los cohetes de lanzamiento que conocemos como basura espacial, y de la que se estima que cerca de cien toneladas (100 t), generadas por unas 200 explosiones, aún están en órbita.
Datos oficiales del año pasado señalan que, a finales de
2003, existían unos 10 000 objetos catalogados en la órbita baja de la Tierra,
de los que sólo 1000 estaban operativos. El Programa de la NASA de Restos
Orbitales -conocido como SSN, ‘Space Surveillance Network'- estima
que existen alrededor de 18 000 restos de satélites y cohetes orbitándonos,
aunque en puridad le puedo decir que en 2015 no se habían superado los 17 000,
a mitad de 2016 la cifra había ascendido a 17 729 y, en relación al tamaño, son
más de 50 000 los objetos mayores de un centímetro (1 cm).
Pero no es a este tipo de basura generada por el ‘Homo sapiens’ al que me refiero, no, sino a la que hemos ido dejando en la superficie de otros cuerpos celestes, planetas y satélites, aunque ni siquiera lo hayamos hollado. En el único que lo hemos hecho, la Luna, a lo largo de las distintas misiones habremos dejado abandonadas unas ciento setenta toneladas (170 t) de material de desecho, entre ellos, un módulo de descenso de la ‘Apolo 15’ de casi tres o la sonda aterrizadora soviética ‘Luna 21’ de más de cuatro.
Una cantidad en la que no entran los, por un lado,
imprescindibles instrumentos instalados con fines científicos y, por el otro,
los prescindibles souvenires abandonados por los astronautas: banderas, cartas,
el palo de golf de Alan Shepard (misión ‘Apolo 14’, 1971) o la
foto familiar dejada por Charles Duke (‘Apolo 16’, 1972). Ni que decir
que todos ellos permanecerán durante milenios sobre nuestro satélite.
Pero es que tampoco ha hecho falta que pongamos el pie en su superficie, para desperdigar basura en él. Por ejemplo, sobre Marte, una planta por encima de nosotros en el edificio del Sistema Solar en el que habitamos, donde -sin meter en el cálculo elementos pequeños de las naves enviadas como ruedas, paracaídas de descenso, escudos térmicos-, habremos dejado algo más de ocho toneladas (8 t) entre artefactos de prospección, sondas aterrizadoras o rovers teledirigidos.
Una cantidad de basura, la del planeta rojo, superada por la dejada en Venus, una planta por debajo de nosotros en el mismo edificio, cifrada en unas veintidós toneladas (22 t). Y eso que algunos lo llaman ‘Lucero del alba’ y acabamos de detectar en él fosfina, ‘¿Hay alguien ahí?’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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