[Esta entrada apareció publicada el 18 de septiembre de 2020, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden leer]
Aunque en la actualidad se suele identificar, sobre todo, con un símbolo o emblema constituido por letras y asociado normalmente a una empresa o institución, una cuestión de mercadotecnia o marketing, el DRAE, en un par de acepciones nos dice que anagrama es una palabra o frase que resulta de la transposición de letras de otra palabra o frase. Es decir que tiene las mismas, con el mismo número de apariciones, solo que en un orden diferente y con distinto significado.
Ejemplos de anagramas como se puede imaginar
los hay de todo tipo, tamaño, número y se dan en todos los campos del
conocimiento humano: artístico, técnico, científico, etcétera. Ahí le dejo
estos botones de muestra de letras: amor / ramo / mora / roma / omar / armo;
nervios / virones / inverso / versión; sedimentos / desmontéis / destinemos;
cuarentenas / encuestarán; diagnosticar / contradigáis; imagen / enigma;
tolerancia /alteración.
Y de palabras: anagramas / a ganar más; la contravino / no la vi entrar; istmo de Panamá / Tío Sam me da pan; la revolución francesa / un corso clave la fresa. Y así ‘ad infinitum’ o casi. De ellos sabemos que los griegos ya lo usaban como divertimento en diversos juegos intelectuales y que en la Edad Media se empleaban en acertijos, juegos literarios y de equívocos, así como que muchos escritores lo han utilizado para encubrir su nombre, pseudónimo anagramático, unos bastante evidentes y que saltan a la vista: ‘Pascal Obispo’ / Pablo Picasso; ‘Avida Dollars’ / Salvador Dalí; ‘Alcofribas Nasier’ / François Rabelais.
Otros quizás no lo sean tanto, como ‘Ramón
Sijé’, pseudónimo anagramático de José Marín, amigo y mentor de Miguel
Hernández al que el poeta dedicara su composición ‘Elegía’ (En
Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como del rayo Ramón Sijé con
quien tanto quería), incluida en su libro ‘El rayo que no cesa’, 1936.
Y otros nada evidentes, como éste de un científico, el escocés Alexander Graham Bell, relacionado con la invención del teléfono y que rubricaba sus colaboraciones en la revista ‘National Geographic’, de la que era uno de los miembros fundadores, como ‘H. A. Largelamb’, reordenación de A Graham Bell, que textualmente significa en inglés “cordero adulto”.
O éste otro que seguro estoy conoce, el del
ilustrado ‘Voltaire’ que vino al mundo llamándose François Marie
Arouet. Sí, el mismo que compartió felices años de idilio
bucólico-intelectual con la matemática y física francesa Emilie du Châtelet,
con dos pasiones en común, una ya se la imagina, la otra se la recuerdo ahora
mismo. Sentían la misma admiración por el gran genio inglés Isaac Newton,
no olvidar que Du Chatelet fue la mujer que tradujo a Newton y amó a Voltaire.
Sí, un anagrama nada evidente.
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