[Esta entrada apareció publicada el 29 de mayo de 2020, en la
contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden
leer]
En la primavera de 1665, hace algo más de tres
siglos y medio, la ciudad de Londres empezaba a sufrir una terrible epidemia de
peste bubónica que mató a más de 100 000 personas, una cuarta parte de
su población. Una enfermedad de la que, hasta 1894 no supimos que es causada
por la bacteria ‘Yersinia pestis’ y transmitida a través de la picadura
de una pulga de rata infectada.
Conocida como la ‘Gran peste de Londres’
duró hasta finales de 1666 y durante ese tiempo vació las calles de la ciudad y
se extendió por otras localidades próximas. Y aunque en aquellos tiempos no se
sabía de la existencia de los microbios, el hombre sí conocía algunas
medidas preventivas contra el contagio, entre ellas la cuarentena, la distancia
física o el confinamiento.
De forma que en julio todos los negocios
londinenses habían cerrado y hasta el propio rey Carlos II de Inglaterra
se había trasladado con su familia y corte, primero a Salisbury y después a
Oxford. Para entonces la plaga amenazaba con llegar a Cambridge, en cuya
universidad un joven Isaac Newton acababa de obtener en enero de ese año
su título de Bachiller en Artes, pero, como el resto de personas se vio
obligado a abandonarla en busca de un refugio donde distanciarse del contagio.
Él lo hizo en la casa familiar de Woolsthorpe, a 85 km de Cambridge, donde
llegó antes del 7 de agosto y permaneció hasta abril de 1667, fecha en la que
volvió al ‘Trinity College’. Un aislamiento de algo más de 18 meses que
daría lugar a la mayor de las aportaciones científicas de la historia, por
quien, probablemente haya sido la mente más poderosa de la humanidad.
No en vano, allí sentó las bases de la teoría
de gravitación universal -con su ley del inverso del cuadrado de la
distancia, pudiendo determinar que es la gravedad de la Tierra la
causante de mantener en órbita a la Luna- y las del desarrollo de la mecánica
clásica, con sus tres leyes del movimiento, un cuarteto cósmico-legal,
dicho sea de paso, de validez limitada, como demostró dos siglos y medio
después otro genio, Albert Einstein.
También encontró la formalización del método
de fluxiones, la generalización del teorema del binomio y verificó
experimentalmente la naturaleza compuesta de la luz blanca, formada por
todos los colores del espectro. Y por supuesto desarrolló el cálculo diferencial,
un instrumento matemático imperecedero para poder entendernos con el universo
que nos rodea. Sin duda un confinamiento de lo más productivo cuando contaba
sólo 23 años de edad, y alrededor de 1666 por lo que en ciencias se suele
nombrar a ese año como su año de las maravillas, ‘Annus mirabilis’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
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