(Continuación) Una
confusa situación almanaquera que empezó a tener su principio del fin en 1711,
cuando el rey Carlos XII decidió abandonarlo y volver al antiguo calendario
juliano. Algo fácil de llevar a cabo pues solo tuvo que añadir una jornada suplementaria
en febrero de 1712, que así pasó a ser un año bisiesto por partida doble, al contar
con un día 29 y un día 30, correspondientes al 29 de febrero del calendario
juliano y al 1 de marzo del gregoriano. Eso fue lo que duró el calendario
sueco, desde el 1 de marzo de 1700 hasta el 30 de febrero de 1712.
Fue la forma, ‘a la
sueca’ digamos, de arreglar el abandono del abandono, retornando al juliano en
el que permanecieron cuarenta años más, exactamente hasta 1753 en el que
decidieron utilizar el actual calendario gregoriano. Pero Suecia no ha
sido el único país en tener un 30 de febrero, también la Unión Soviética lo
tuvo, aunque algo más de dos siglos después, y por duplicado.
30 de febrero, Unión Soviética
En realidad, los
cambios calendarios empezaron con la Revolución Rusa (1917), cuando el primer
gobierno soviético decretó la instauración del gregoriano en sustitución
del juliano, un cambio que por otro lado ya se había realizado en buena
parte de Europa.
Así fue como al juliano
día del 1 de febrero de 1918 le siguió el 13 de febrero gregoriano,
desapareciendo del recuento oficial de días las jornadas entre ambas fechas. Con
esta adaptación la URSS tenía el mismo sistema de datación que el resto de Europa,
lo que estaba bien, aunque al parecer no todo lo bien que podía estar.
Eso era lo que
pensaba, entre otros, el economista soviético Yuri Larin (1882-1932), quien poco más de una década después planteó cambiar
el status metrológico calendario. Una modificación que supuestamente lo
racionalizaría al estar basado en tres objetivos: incentivar la producción
industrial, evitar el descanso semanal simultáneo de los trabajadores y
dificultar la observancia de las fiestas religiosas.
Calendario revolucionario soviético
En su opinión resultaba
perjudicial para la economía del país, el hecho de que la inmensa mayoría de la
clase obrera descansara el mismo día, siendo preferible diferenciar estos días por
gremios, no solo porque así siempre habría gente trabajando en algún sector a lo largo del año, lo que reduciría los costos,
sino porque además se dificultaría el cumplimiento de las festividades
religiosas, tan ancladas en la vieja y tradicional cultura rusa. Lo que no
estaba mal pensado en principio pues, con un único disparo, el del calendario,
se daría cuenta de dos pájaros a la vez, el de la economía y el de la religión.
Lo que se dice un tiro revolucionario.
La propuesta de Larin
fue aprobada por el gobierno soviético y desde el día 1 de octubre de 1929, con
esta nueva versión, el calendario gregoriano estaba dividido en doce meses de
30 días cada uno y los, entre cinco y seis, días que faltaban se añadían entre
trimestres, pero sin que pertenecieran a ninguna semana ni mes concreto. (Continuará)
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