Es uno de los primeros intentos metrológicos que nuestra especie
animal llevó a cabo a lo largo de su historia, para ubicarse en el tiempo. Ya
sabe, esa “cuarta” dimensión que, junto a las tres espaciales hacen a nuestro
entorno tetradimensional. Un intento surgido en un momento indeterminado de la
historia, y que sorprende por lo que de genialidad tiene a la hora de medir los
movimientos aparentes de Tierra y Sol.
Por las pruebas disponibles sabemos que allá por el periodo
neolítico, hace unos doce mil (12 000) años, la forma de vivir de algunos
hombres cambió de modo radical. De comportarse como simples depredadores que
comían lo que encontraban en su entorno, trasladándose de un lugar a otro
cuando los alimentos escaseaban, pasaron a asentarse en un territorio y a
cultivarlos. Así dejaron de ser carroñeros y recolectores errantes,
convirtiéndose en agricultores sedentarios.
Se trata de un periodo conocido como revolución neolítica o agrícola,
y es probable que fuera entonces cuando, un palo clavado por azar y delante de
su habitáculo llamara su atención y curiosidad, a las que no debió escapar un
detalle fundamental en toda esta historia: la sombra del palo sobre el suelo
variaba con el paso del tiempo. Conforme transcurría el día la sombra que
proyectaba cambiaba de dirección, a la vez que se alargaba y acortaba.
Unas variaciones en las que pronto observó una regularidad y a las que
encontró una utilidad pues, no en vano, de ellas empezaron a depender su
subsistencia y, por ende, su supervivencia. Me refiero a la recogida de frutos,
las migraciones de los animales o el tiempo de lluvias y de sequía.
También conocido como cuadrante solar, este instrumento, desde
tiempos muy remotos se suele componer de un estilo o gnomon, el
ancestral palo clavado en el suelo de nuestros antepasados, y de una superficie
o limbo, que es la que recibe la sombra del estilo y donde están las
inscripciones que, según la posición del Sol, nos permiten saber la hora del
día.
Por lo general, el gnomon está inclinado respecto al limbo un ángulo
de igual valor a la latitud del lugar donde esté situado el reloj, pero
con variaciones que dependerán del tipo de reloj que sea: ecuatorial,
declinante, orientado, etcétera. En nuestro hemisferio, la arista que proyecta
la sombra está orientada hacia el norte, quedando paralela al eje de rotación
terráqueo.
En lo que respecta al limbo, éste puede tener diferentes formas. Ser
una superficie plana y estar en posición horizontal, vertical o inclinada en
diferentes grados y con distintas orientaciones. O puede ser una superficie
curva, como un cilindro o una esfera. Por cierto, ¿hay relojes de sol en Rota?
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
[**] Esta entrada apareció publicada el 24 de mayo
de 2019, en la contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden
leer.
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