(Continuación) Una personal teoría sobre la exigencia que ella ponía en práctica,
ayudada por una colección de latiguillos verbales con los que nos aleccionaba,
si nos mostrábamos remolones a la hora de realizar nuestros deberes. Nada importante,
cosas de niños ya saben, pero eso sí, ella impertérrita, erre que erre.
“Eso
lo haces tú en un santiamén”, nos decía cuando empezábamos a
protestar, o “Tardas más tiempo en
quejarte, que en hacerlo”, cuando continuábamos poniendo mil y una excusas,
demorando la realización de la tarea mandada. Pero, si ninguna de estas
retahílas contemporizadoras le daba resultado, el final de nuestra madre era ya
tajante, ineludible, inaplazable: “Antes está
la obligación que la devoción”, y de ahí ya no había quien se escapara, buena
era ella.
Aunque más tarde lo suavizara con un: “Ya verás cómo, después, te alegras de
habértelo quitado”. Y además eso. Sí, resultaba exasperante, pero qué
quieren, así era mi madre y su entendimiento de la autoridad, otra de sus
recetas. Me refiero a ese tipo de autoridad que permite a los padres acercarse
a sus hijos sin rigideces pazguatas e intransigencias desmedidas, ésa que les
hace ser comprensivo con sus limitaciones, dificultades y problemas, pero que
les impide ser permisivo con sus malas costumbres y debilidades.
Una autoridad, en definitiva, que posibilite a los hijos
llegar a ser competentes en sus obligaciones familiares, sociales, escolares,
etcétera. Un comportamiento con el que nuestra madre, todas las madres del
mundo aciertan, aciertan siempre. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva,
si desean ampliar información sobre ellas.
[**] Esta entrada apareció publicada el 04
de mayo de 2019, en la contraportada del semanario Viva Rota,
donde también la pueden leer.
No lo veo muy cinetífico
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