Charles Percy Snow (1905-1980), inglés del pasado siglo XX que a lo largo de su vida fue científico por formación, escritor por
vocación y funcionario de profesión, unas actividades que entremezclo y en las que, en honor a la verdad, destacó con suerte desigual.
Nacido
en el seno de una familia de clase media baja de Leicester y aunque su
situación económica oscilaba entre apurada y precaria -su padre era empleado de
una fábrica de zapatos, organista de la iglesia parroquial y profesor particular de piano-, los hijos
varones asistieron a una escuela particular de pago y no al internado local.
En
concreto a la modesta Alderman Newton's
School de Leicester, fundada en el siglo XVIII y especializada en la
docencia de la ciencia más que en la de los estudios clásicos y las
humanidades, tradicionalmente más prestigiosos. Una escuela académicamente
modesta porque, hasta la época de Snow,
ninguno de sus estudiantes había accedido directamente de ella a la
universidad.
Pero
con esfuerzo él logra licenciarse por la Universidad de Leicester en Ciencias
Químicas (1927) y con posterioridad, en 1930, doctorarse en Ciencias Físicas por
Cambridge, nada menos que en el prestigioso Laboratorio Cavendish, centro de investigación dirigido por Lord Ernest Rutherford.
Snow, científico
Un
logro fundamental en su vida que, según sus propias palabras marcó su entrada
en los que él llamó ‘los pasillos del poder’. Una expresión bastante apropiada
si consideramos que por aquel entonces ese laboratorio, con Rutherford al
frente, empezaba a ser el ombligo del mundo de los descubrimientos científicos
químicos, físicos o bioquímicos.
No
en vano bajo sus directrices se formaron casi una docena de futuros
galardonados por la Real Academia de las
Ciencias de Suecia en las categorías de Física o Química, me refiero entre
otros a premios nobel como: Frederick
Soddy (1921), Niels Bohr (1922), James Chadwick (1935), Otto Hahn (1944), Edward Victor Appleton (1947),
Patrick Blackett (1948), Cecil
Powell (1950), John Douglas Cockcroft (1951), Ernest Thomas Sinton Walton (1951) y Piotr Leonídovich Kapitsa (1978). En la actualidad, hasta 28
investigadores de los Laboratorios Cavendish han ganado el laureado galardón.
De
modo que, visto desde esta perspectiva, podemos considerar al neozelandés Rutherford
como “el profesor de Premios Nobel”, ya que la mayoría de los experimentos que
se realizaron a cabo en Cavendish, se iniciaron bajo su sugerencia directa o
indirecta. Y es en este extraordinario contexto universitario donde empieza a
investigar Snow, en el campo particular de la espectroscopia infrarroja, dando comienzo a lo que parecía ser una brillante carrera como científico.
Todo
marchaba bien hasta que, en 1932, sufre un percance profesional que le obligó a
reorientar su vida. Un revés científico que en realidad había empezado estupendamente
pues, junto a un colega, cree haber descubierto un método para sintetizar vitamina A.
Como hoy sabemos, dicha vitamina se trata en realidad de un grupo de compuestos
orgánicos nutricionales insaturados que incluyen: retinol, retinal, ácido retinoico y varios carotenoides como
el beta-caroteno. Una vitamina A que
cumple una importante función tanto en nuestro crecimiento y desarrollo, como
en el mantenimiento del sistema inmunológico y de la visión. (Continuará)
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