Por ahora les decía el pasado jueves
por la tarde, a propósito del doodle
animado que les “enrocaba”, en conmemoración de la primera imagen fotográfica
que tenemos de un objeto celeste supermasivo del tipo de un agujero negro. Y lo dejé ahí, pensando
en rematar con toda certeza y sin problema alguno la información correspondiente,
en la entrada del día siguiente, o sea, el pasado Viernes de Dolores.
Craso error pues no sólo no fue así, sino que quedó a la vista cómo son
mis pensamientos de poco acertados y abundante en problemas. Un error sin duda de
valoración subjetiva, al que hay que añadir otro conceptual, astronómico y
objetivo. Sucede que los agujeros negros por definición no se pueden ver, y si esto
es así, que lo es ¿cómo es que hemos fotografiado uno?
Estarán conmigo que son demasiados flecos sueltos, y eso que no hemos
hecho más que empezar. No, no parece un buen comienzo, sin embargo, y como
resulta que cada día trae su afán y cada hombre pone su empeño en él, en este Martes Santo les traigo la entrada
pensada.
En realidad es una pequeña saga de ellas, con algo más de información a
propósito, no solo de la imagen fotográfica, que también, sino del proyecto astronómico, la técnica empleada, el objeto
fotografiado y, por qué no, hasta de la misma fotógrafa que la realizó. En fin,
un firme propósito de enmienda, así que más vale que empecemos.
De la imagen fotográfica
Una imagen real de la que, por cierto, algunos afirman es lo más
parecido en una galaxia, al irreal y
mágico Ojo de Sauron. Ya saben por dónde voy, el ficticio personaje que es titular
y antagonista principal de la novela El
Señor de los Anillos, y que forma parte del ‘legendarium’ creado por el escritor británico J. R. R. Tolkien (1892-1973). En fin, ficción y no ficción yendo
juntas de la mano en nuestra cultura. Como debe ser.
Bien, pero centrándonos en la no ficción, ¿qué es lo que se ve en
realidad en la susodicha imagen? Pues en buena medida nos muestra parte de lo
que ya sabemos acerca de estos gigantescos cuerpos cósmicos que llamamos
agujeros negros y su forma física. A saber, un anillo luminoso rojo y amarillo en cuyo centro hay un fondo oscuro que es, precisamente, el
propio agujero negro o, según algunos, su sombra.
Un centro en el que existe una concentración de materia tal, que ejerce
una atracción gravitacional tan fuerte que nada, pero nada, nada, ni siquiera
la luz, el fenómeno más rápido de la
naturaleza, pueda escapar de él. De ahí que no lo podamos ver y que el centro
de este agujero sea negro lo que, bien pensado, convierte en toda una
perogrullada la expresión que le da nombre, agujero negro ¿Cómo se iba a llamar
si no? (Continuará)
Un enfoque curioso y prometedor.
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