(Continuación) El
caso es que como la experiencia fue bien, y los animales regresaron sanos y
salvos, el rey Luis XVI dio permiso para un nuevo ensayo, ahora sí, con seres
humanos.
Con
un solo ser humano de tripulación
Parece ser que los
días 15 y 17 de octubre, nuestro
viejo conocido Pilâtre de Rozier se
presentó como voluntario y -en una mongolfiera
de veintitrés metros (23 m) de alto y doce metros (12 m) de diámetro, de color
azul y oro, y decorada con flores de lis y la figura del rey-, hizo unas
primeras ascensiones con el globo sujeto por cuerdas. Lo que bien pudo ocurrir.
De ser así y a
sus veintinueve (29) años, Pilâtre, que ya había inventando una máscara antigas
y un soplete que utilizaba gas hidrógeno
(H2) como combustible, se convertía en el primer aeronauta
humano. En fin.
De lo que sí
tenenos constancia documental es del vuelo que tuvo lugar unos días después, y
ahora con varias personas a bordo del aerostato. En concreto el domingo 19 de octubre de 1783 en París, llevando a dos personas en su
canastilla.
Con una tripulación de dos
hombres
Una de ellas, ya
lo supondrá, era el científico Jean-François Rozier Pilâtre y la otra un
empleado de nombre André Giroud de
Villette, que pidió subir a la canasta de mimbre circular para acompañarlo.
Y así fue.
Delante de una
gran multitud, este primer par de navegantes del aire se elevó en el aerostato
anclado en los jardines de la fabrica del Réveillon sostenido por gruesas cuerdas.
Permanecieron en el aire unos diez minutos (10 min) a cien metros (100 m) de
altura para después descender.
Al día
siguiente, 20 de octubre de 1783, el propio André escribió al Journal de Paris esta carta que se
publicó el día 26:
"[...] Ayer, 19 de la corriente, como asistente
de la fábrica real de M. Réveillon, obtuve de estos señores el gentil permiso
para subir a la parte de la canasta opuesta a la que estaba el Pilâtre de
Rozier para servir como contrapeso.
Me encontré casi en el intervalo de un cuarto de
minuto, elevado a 400 pies de tierra [...]. Permanecimos en esta posición diez
minutos. [...] Cuando giré, pude ver los bulevares, desde la puerta de Saint-Antoine
hasta la puerta de Saint-Martin, todos cubiertos de gente [...]. Entonces,
[...] tomé mi vista en la distancia. Al principio vi el Butte-Montmartre, que
me parecía estar a la mitad del nivel de nuestro nivel; Descubrí fácilmente a
Neuilly, Saint-Cloud, Sevres, Issy, Ivry, Charenton, Choisy y quizás a Corbeil,
a quienes la niebla me impedía distinguir.
Desde el principio estuve convencido de que esta
máquina barata sería muy útil en un ejército para descubrir la posición de su
enemigo, sus maniobras, sus marchas, sus disposiciones y anunciarlos por medio
de señales a las tropas aliadas de la máquina. [...]”. (Continuará)
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