¿Por qué este mes se llama así? Como le contaba en la entrada
‘Septiembre’ del mes pasado, octubre
junto a noviembre y diciembre componen el cuarteto de meses
cuyos nombres obedecen a una mera cuestión de orden.
Cuestión que pasó a
convertirse en paradoja ordinal y
que persiste en la actualidad, si bien no siempre fue así y me explico. Resulta que al principio, como ocupaba el octavo (8 º) lugar en el
antiguo calendario romano que
constaba solo de diez (10) meses, fue llamado octubre (del latín ‘october’) lo que entra dentro de la
lógica.
Lo que ya no entra tanto es el hecho de que, al instaurarse el calendario juliano y haber añadido a
comienzos de año los meses de enero
y febrero, siguiera conservando el
nombre aunque ya fuera el décimo (10 º) mes. Lugar que sigue ocupando en el
vigente calendario gregoriano. Trato
de decirle que octubre, en puridad, debería llamarse diciembre. Un lio lo sé.
Pero no es ésta la única peculiaridad relacionada con este mes. En su
momento el emperador Domiciano -quien
sucedió a su hermano Tito, que a su
vez hizo lo propio con su padre Vespasiano-
le cambió el nombre de octubre por el suyo propio. Un cambio nominativo que
apenas duró, dado que pasó a la historia como uno de los emperadores más
tiranos, crueles y paranoicos de Roma.
Unas cualidades que a la postre hicieron
que al morir, fuera eliminada su presencia y memoria de todos los monumentos,
monedas y edificios, así como el nombre del mes que se había auto dedicado, que
de nuevo se llamó como lo había nombrado Rómulo.
Ya de la que va, y dejando a Domiciano, su hermano y su padre fueron los
protagonistas de una cita que quizás le suene, esa de ‘El dinero no huele’. Le pongo en antecedentes. Vespasiano,
fundador de la dinastía Flavia, fue
un buen emperador que obtuvo dinero para poner en orden las finanzas públicas
recaudándolo vía impuestos. De qué manera si no. Pero eso sí, lo hizo de una
forma bastante novedosa y un tanto escatológica pues no se le ocurrió otra que
gravar con impuestos los urinarios
públicos.
Un gravamen que debían de pagar todos los romanos al depositar sus
residuos en unas ánforas repartidas por la ciudad, y que resultó ser un pingüe
negocio. Así que no iba mal encaminado el emperador, aunque otra cosa era lo
que pensaba su hijo Tito quien en cierta ocasión se lo recriminó, dada su
procedencia “tan poco limpia”.
Dicen que la respuesta paterna no se hizo
esperar, al colocar bajo su nariz unos sestercios obtenidos de dichos
impuestos y preguntarle: “¿Te molesta su
olor?”. Y al negarlo éste, espetarle: “Pues
este dinero procede de la orina”. Un buen recurso dialéctico y sin embargo
una mala prueba científica porque las monedas huelen. ‘Pecunia non olet’.
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
[**] Esta entrada apareció publicada el 04 de octubre de 2018 en la
contraportada del semanario Viva Rota, donde también la pueden
leer.
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