Lo que tiene ante sus ojos es una maqueta del telescopio original que fue construido por el astrónomo y músico alemán
William Herschel (1738-1822) para el
Real Observatorio Astronómico de Madrid.
Un intento frustrado, otro más de la ilustración española, con una pequeña
intrahistoria que empieza a finales del siglo XVIII.
Como tal Observatorio estaría ubicado en el conjunto científico de la
colina del Prado y sería el último edificio que construiría Juan de Villanueva (1739-1811), máximo
exponente de la arquitectura neoclásica española, cuya obra maestra es el
edificio del Gabinete de Historia Natural,
hoy Museo del Prado.
En su dotación constaba el que sería el mejor instrumento astronómico de
la época, un telescopio Herschel de reflexión con un espejo de unos siete coma cinco metros (7,5
m) de distancia focal y sesenta
centímetros (60 cm) de diámetro.
Con esas medidas no sólo sería mucho más manejable
que el de uno coma veintidós metros (1,22 m) que tenía en el jardín de su mansión
en Slough, sino que sería significativamente más potente que el de cuarenta y
ocho centímetros (48 cm) que utilizó para realizar la mayoría de sus
descubrimientos. Sin duda el de Madrid fue uno
de los mejores telescopios que construyó.
‘Reflectores herschelianos’
En su construcción abandonó el ‘modelo newtoniano’ y decidió inclinar el
espejo primario de manera que la imagen no se formase en el eje del tubo, sino
en un punto del borde delantero. De esta forma el observador se situaba en un
balcón delante del tubo y se inclinaba con el ocular en la mano buscando el
punto focal.
Una configuración que tenía
la ventaja de no necesitar espejo secundario (lo que tenía su importancia dado
que implicaba menos trabajo de pulido), pero hacía que la observación
requiriese de una gran habilidad, de un auténtico “arte de mirar”, como decía
Herschel y decía bien. (Continuará)
[*] Introduzcan en [Buscar en el blog] las palabras en negrilla y cursiva, si desean ampliar información sobre ellas.
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