Se
cumple hoy martes el cuarto centenario de la confirmación de la que pasaría a
ser la Tercera Ley de Kepler sobre
el movimiento orbital de los planetas alrededor del Sol. Me refiero al 15 de
mayo de 1618, que por cierto también cayó en el mismo día de la semana y
que naturalmente es uno de esos días que cuentan en la historia de la humanidad.
Una
ley de la que en puridad hay que poner negro sobre blanco un par de fechas más.
Una anterior de unos meses antes, en concreto del 8 de marzo de 1618 cuando fue formulada con su indicación de que el cubo de la distancia (r3) promedio
de un planeta al Sol es proporcional
al cuadrado de su periodo orbital (T2). Todo un clásico cinemático
celeste que estudiamos en el bachillerato.
Y
otra fecha posterior, la de la publicación de su libro Harmonices mundi de
1619, donde aparece recogida por
primera vez en el capítulo V, después de una larga discusión sobre astrología. (La astronomia tiene una hermana loca que es la astrologia, pero es la
que le da de comer).
Con
dicha ley el alemán postulaba su idea acerca de la armonía de los mundos y trataba de relacionar las proporciones y
geometría de los movimientos planetarios con las notas musicales, así que estamos ante una ley armónica.
Ni
más ni menos que el antañón sueño pitagórico del hombre, según el cual el
universo está gobernado por proporciones numéricas armoniosas que rigen los
movimientos de los cuerpos celestes, de forma que las distancias entre planetas
se corresponderían con los intervalos musicales.
Hablamos
de una hipótesis, la de Pitágoras, enmarcada
dentro de un modelo geocéntrico del universo y conocida posteriormente
como la de la música o armonía de las
esferas celestes. Una teoría errada, claro, pero que Kepler consideró que
podría ser correcta con sus modificaciones.
Y siendo
un convencido del modelo copernicano,
se propuso demostrar que la relación entre las distancias de los seis (6) planetas
conocidos en su tiempo, podía entenderse en función de los cinco (5) sólidos platónicos, encerrados dentro
de una esfera que representaba la
órbita de Saturno. Pero como bien
sabemos no pudo, pues partía de un error y la teoría nunca funcionó.
Sus
predicciones no solo eran incompatibles con las observaciones realizadas, es que tampoco casaban con las leyes del
movimiento planetario que él mismo había desarrollado en Astronomía Nova (1609) y
el mismo Harmonices mundi. Además postulaba
sin llegar a desarrollar, que una fuerza
magnética emante del Sol, sería la responsable del movimiento celeste, una
idea que quizás tomara de De magnete,
del médico inglés William Gilbert (1544-1603). Lo dicho, no pudo ser.
Pero
el significado de la tercera ley va mucho más allá debido a su fundamental implicación
en las ciencias del espacio. Bien visto fue esta ley y no una manzana, como dicen que dice la
historia, la que en realidad condujo a Isaac
Newton a formular su ley de gravitación
universal de 1687, quien a
diferencia de Kepler sí plantea una causa para dichos movimientos. (Continuará)
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y cursiva, si desean ampliar
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