(Continuación) Ya en su preámbulo compendia todos los desarrollos
matemáticos y los conceptos físicos imprescindibles para comprender la obra, para
después contextualizarla, comentarla e interpretarla, haciéndola asequible. Una
maravilla que se convirtió en todo un éxito editorial, reeditándose en muchas
ocasiones, y eso que la obra de Laplace es larga y compleja. Lo que se dice un
tocho, vamos.
Mary Somerville, la traductora de Laplace, una
Hacedora de la Ciencia o, como el
día de su muerte llamó el diario The
London Post a esta extraordinaria mujer, La reina de las ciencias del siglo XIX. Ciencia, femenino singular.
‘El demonio de Laplace’
Como ya les he comentado la obra en cinco volúmenes, Tratado de mecánica celeste (1799-1825),
es un compendio de todo el saber astronómico de la época, enfocado desde un
punto de vista analítico y donde se perfecciona el modelo gravitatoriode Isaac Newton (fenómenos pendientes de
explicación, movimientos anómalos, etcétera).
Y es que durante cierto tiempo los científicos creyeron que sería
factible predecir el futuro y rehacer el pasado, si se conocieran la posición y
rapidez de todos los átomos del universo. Eso pensaban, al menos teóricamente; en
palabras del propio marqués:
“Podemos mirar el estado presente del universo como el efecto del pasado
y la causa de su futuro. Se podría concebir un intelecto que en cualquier
momento dado conociera todas las fuerzas que animan la naturaleza y las
posiciones de los seres que la componen; si este intelecto fuera lo
suficientemente vasto como para someter los datos a análisis, podría condensar
en una simple fórmula el movimiento de los grandes cuerpos del universo y del
átomo más ligero; para tal intelecto nada podría ser incierto y el futuro, así
como el pasado, estarían frente a sus ojos”.
Es
evidente que Laplace creía, a
ciencia cierta, en lo que hoy llamaríamos determinismo
causal cuya lógica, a pesar de los tiempos que corren, sigue teniendo cierta
influencia por muy distante que esté de nuestra capacidad real de cálculo.
El “intelecto” al que alude en el escrito es el conocido “demonio
de Laplace”, probablemente la primera argumentación publicada del
determinismo científico por el francés en 1814. Para él, si alguien (el demonio)
supiera la ubicación precisa de cada átomo del universo en cada instante, sus
valores pasados y futuros podrían ser deducibles a partir de ellos, al ser
calculados por las leyes de mecánica clásica.
Como ya sabemos los descubrimientos de la física moderna del pasado siglo, mecánica cuántica y teoría
del caos principalmente, demuestran que la existencia de tal intelecto “demoníaco”
es imposible al menos en principio. En cualquier caso no fue un intento futil ya
que el anhelo por confirmar o refutar su existencia, ha jugado un papel
importante en el desarrollo de ciencias como, por ejemplo, la termodinámica estadística.
Por cierto que algunas de las aportaciones matemáticas de la Somerville influyeron
en los trabajos termodinámicos de un viejo conocido del blog, un tal James Clerk Maxwell (1831-1879) que
seguro les suena. Se lo traigo a colación porque el científico escocés también
se imaginó en 1867 otra criatura imaginaria para ilustrar, en este caso, la segunda ley de la termodinámica, se le
conoce como el demonio de Maxwell. (Continuará)
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