(Continuación) Un fenómeno que le hace carecer de cráteres de impacto, y fue una de las sorpresas que nos ofrecieron
las primeras imágenes enviadas por la sonda Voyager
1 en 1979. Contra todo pronóstico Ío
no tenía cráteres, y sin ellos se perdía la posibilidad de obtener datos a
partir de su densidad superficial, acerca
de su edad.
Una intensa actividad volcánica les decía, que tiene en constante
renovación y además abundantemente cubierta
de azufre (S) a su superficie, que
como recordarán de la química bachilleraes una sustancia simple, y que le confiere una coloración variada que va del
rojo al blanco, pasando por el amarillo y el verde, en función de la temperatura, tª, a la que esté. Así que el satélite Ío es lo que más se aproxima al concepto tradicional de infierno que tienen muchas personas.
Lo que dicho así me plantea una reflexión. Del satélite jupiterino
sabemos a ciencia cierta que existe pero, ¿podemos decir lo mismo del religioso
y terráqueo infierno? Aunque hay
algo enrocado, quizás debamos volver sobre el
tema.
Por otro lado hay un detalle de cinemática
gravitatoria que no debo pasar por alto. La periodicidad con la que este
satélite presenta los eclipses, fue
una de las limitaciones que en su momento tuvo la Ley de Gravitación Universal (LGU) propuesta por el genio inglés Isaac Newton (1643-1727) en su extraordinaria
obra ‘Principios matemáticos de la
Filosofía Natural’ de 1687. Un fleco que queda suelto.
Por último, ya que va de flecos sueltos y les he mencionado la sonda Voyager I, ¿saben
lo de su Disco de Oro, ‘Los Sonidos de la
Tierra’, que portan en su interior?
Europa o Júpiter II
Es el siguiente satélite y el más pequeño de los galileanos. Con pocos
cráteres en su superficie, está cubierto por una capa de hielo o agua sólida H2O
(s), de un grosor de entre diez y cien kilómetros (10-100 km), bajo la que
se tiene bastante certeza que existe un océano de agua líquida, H2O
(l).
Los pocos cráteres y relieves que existen en su superficie, de los que ninguno
supera los cien metros (100 m) de altura, probablemente sean icebergs compuestos de amoníaco (NH3) y hielo. Unos
accidentes geológicos que aparecen entre una serie de largas líneas, de hasta
mil kilómetros (1000 km), que a modo de raíces se distribuyen por todo el
satélite y que tienen toda la pinta de ser como las roturas de las masas
heladas en los mares terráqueos.
De ahí que, junto a otras evidencias, se piense en Europa como un mundo helado bajo el que existen océanos líquidos que
podrían albergar vida, se ha
detectado oxígeno O2 (g)
en él, a pesar de las intensas radiaciones que le llegan desde el mismo Júpiter.
Ganímedes o Júpiter III
Con sus cinco mil doscientos sesenta y ocho kilómetros (5268 km) de diámetro
no solo es el satélite más grande de
Júpiter, sino que lo es de todo el
sistema solar ya que, de hecho, es mayor que el mismo planeta Mercurio. (Continuará)
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