(Continuación) De hecho dicha forma de denominar a las gripes sólo se dejó
de utilizar, perdonen pero les hablo de memoria, en la pandemia de 2009 cuando
las autoridades aztecas se opusieron al nombre de “gripe mexicana”. Se ve que eran de la opinión que es el diablo quien
se esconde en los detalles, sin duda un signo más de los tiempos que corren y esa
su inexcusable exigencia de un lenguaje políticamente correcto.
Pero yendo a lo que nos trae, según esta segunda línea de pensamiento
digamos “buenista”, la denominación de “gripe española” tiene su lógica,
analicémoslo. Su (1) primer episodio grave conocido en todo el mundo, ocurrió
en el entorno de Madrid entre mayo-junio y principios de julio del año 1918. (2)
Además, a diferencia del resto del mundo, aquí se pudo informar sobre el mismo
con cierta libertad y (3), para más inri, de ella escribieron periodistas y
científicos de medio mundo.
Entonces y aunque no se iniciara aquí, si va acompañada de estas
circunstancias, ¿por qué no llamarla “gripe española”? ¿Qué tiene de malo su
uso?
‘Ad maiorem Dei gloriam’
Como pueden ver podríamos estar ante otro esquema de pensamiento
bienintencionado y actuación social y política supuestamente correcta, dentro
del marco del buenismo y que vendría a ser el detalle tras el que, en este
caso, estaría Dios y no el diablo.
Recuerden el refrán anglosajón “El diablo se esconde en los detalles”
y su malintencionada interpretación, muy parecida a la que utilizó el inglés Shakespeare en El Mercader de Venecia (1600), cuando en el primer acto de la
escena III hace decir a uno de los personajes: “El mismo diablo citará las Sagradas
Escrituras si viene bien a sus propósitos”. Algo así como aquello de “Dios
escribe recto con renglones torcidos” y que me retrotraen a mis tiempos de
adolescencia y juventud.
Por lo que mejor escribo sólo hasta aquí, no sea que estos mis renglones
empiecen a torcerse más de lo debido y la escritura no resulte tan recta como
pretendo. Digo lo de “sólo hasta aquí” más que nada por la atribuida e ignaciana
expresión, que el santo de Loyola tanto repetía en sus escritos: ‘Ad maiorem Dei gloriam, AMDG’, que por
otro lado es el lema de la orden religiosa católica la Compañía de Jesús, vulgo jesuitas.
A la mayor gloria de Dios, porque Dios está en los detalles.
“Dios está en los detalles”
Es más que probable que la cita le resulte conocida en boca del arquitecto
y diseñador industrial germano-estadounidense Ludwig Mies van der Rohe (1886-1969), un auténtico promotor del
minimalismo (“Menos es más”) que no ve contradicción alguna en relacionar los
detalles, las partes, lo humano, con Dios, el todo, lo divino.
Para él tiene suma importancia y trascendencia el hecho de tomar en cuenta
y profundizar en los elementos clave, es decir en aquellos que diferencian, y hacerlo,
si no de forma ingenua sí al menos
bienintencionada, basándose en el diálogo y la tolerancia. Una postura intermedia
entre dos acepciones extremas: una de carácter tendente a lo despectivo y
satírico del término buenismo, y otra
que tiende a confundirlo con la virtud de la bondad. No, ni tan chato ni tan narigudo que decía mi tata.
De los proyectos de Rohe
destacar, tanto de los arquitectónicos como de los diseños de mobiliarios, su
estilo basado en líneas rectas y simples como la de la silla MR, uno de sus proyectos más afamados con estructura de acero y forma derivada de las modernas
mecedoras de hierro del siglo XIX. Precisamente
en una de estas sillas fue fotografiado mientras fumaba un puro.
Conocida gracias a él, pero en realidad la frase “detallista” es muy
anterior. Ya un siglo antes, “Le Bon Dieu
est dans le détail”, se atribuía al escritor francés Gustave Flaubert (1821-1880), que no es que fuera un moralista
precisamente pero que se esforzaba y conseguía magistralmente mostrar la vida
tal como la percibía. Y lo hacía captando los detalles con los que construía
sus personajes. (Continuará)
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