Doy por hecho que en la primera parte del titular, de naturaleza
gramatical, ha reconocido una onomatopeya
o palabra que imita el sonido de algo que se asemeja a lo que significa. En
realidad es una de las que existen para recrear la sirena de un coche de
policía, por poner un ejemplo, así que poco que añadir al respecto en estos enrocados
predios.
Algo que no se puede decir de la segunda parte, el efecto Doppler, un
fenómeno de naturaleza en principio física pero que, como veremos a lo largo de
la entrada, también es musical. Y de éste sí le quiero añadir algo.
Pero antes de empezar le coloco en situación y lo hago yendo marcha atrás
en la línea del tiempo, por lo que empiezo en el momento actual.
Efecto
Doppler, hoy
Seguro que en más de una ocasión y estando parado en la acera, habrá notado
cómo al aproximarse un coche con la sirena sonando, además de lo que es evidente,
a cada instante que pasa la escucha más fuerte, habrá oído que su tono se va haciendo cada vez más alto.
Esto es así hasta que llega a su altura porque entonces, una vez
sobrepasado y conforme se aleja, además de escucharla más débil, aprecia también
cómo su tono se hace cada vez más bajo. Es decir que pasa de oír un sonido con
un volumen cada vez más alto y un tono más agudo,
a oír el mismo sonido pero cada vez más débil y grave.
Es una experiencia auditiva que, seguro también, habrá vivido en las
estaciones de tren con el silbato de la locomotora cuando se acerca y se aleja.
Se trata del fenómeno físico conocido como efecto
Doppler que, por desgracia, lleva consigo una paradoja cultural.
A pesar de
que hoy en día es fácil de observar y comprobar, por lo que se puede utilizar
como recurso didáctico, sin embargo ya no lo estudian nuestros jóvenes estudiantes
de Educación Secundaria.
Algo que no siempre ha sido así, ni su experimentación ni su enseñanza, ya
que se trata de una cuestión de velocidad, pero de velocidad relativa. Me explico.
La variación del tono de un sonido se
debe al movimiento relativo de emisor y receptor, no importando quien se mueva de
los dos o que lo hagan ambos, porque todos cuentan. De un lado la velocidad de
desplazamiento de la fuente emisora, del otro la del desplazamiento del
receptor y, por supuesto, la del propio sonido.
Resulta que antes de la revolución industrial no había objetos que, en la
vida cotidiana, se desplazaran con la velocidad suficiente como para que
pudieran distorsionar el sonido y producir este singular efecto, y que es lo
que hacen los trenes y coches de policía, bomberos, ambulancias, etcétera.
Sin embargo, antes de tener pruebas empíricas cuantitativas del mismo ya
había nacido una teoría matemática que, cualitativamente, justificaba y
explicaba su existencia, o lo que es lo mismo los cambios de frecuencia que puede experimentar el
sonido para un receptor. El hombre es un animal muy listo.
Una hipótesis que llegó en 1842 de la mano del matemático y físico
austríaco Christian Doppler (1803-1853).
Y es que a veces ocurre que la teoría va por delante de la experiencia. Pero no
retrocedamos tanto, mejor vayamos paso a paso y el siguiente en esta historia tuvo
lugar en 1845. (Continuará)
En Física de 2º de bachillerato no se da.
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