(Continuación) Aunque en la correspondencia que intercambiaron
abordaban otros temas, incluso de carácter personal, la materia de más
trascendencia filosófica que trataron fue la relativa al dualismo cartesiano.
Y si bien el tratado Las
pasiones del alma (1649) del filósofo francés está inspirado en ella, no
parece que hubiera nada más entre ambos, aunque es mucho lo que se ha especulado
acerca de la naturaleza de la relación. Lo único cierto es que la princesa
admiraba al filósofo por sus ideas y su obra y que éste mostraba una admiración
platónica por ella. En dicha correspondencia también se pone de manifiesto que Isabel
pudo desempeñar alguna actividad relacionada con las matemáticas en la
Universidad de Leiden.
Es durante esta etapa cuando la princesa, que se muestra
como una corresponsal inteligente, aguda y sensible, le obliga a precisar las
razones y el alcance de algunas de sus tesis más importantes. Un envite
femenino a la inteligencia masculina que por desgracia sólo duró seis años.
El motivo no fue otro que la precipitada muerte de
Descartes, provocada indirectamente por otra mujer con inquietudes
intelectuales. Me refiero claro a la reina Cristina
de Suecia (1626-1689) y su fría pero breve historia, por lo que se la
cuento.
Cristina y Descartes
Debido a su enorme fama intelectual, el filósofo era continuamente
solicitado por todas las cortes de Europa, entre ellas la de Suecia cuya reina
Cristina, de quien cuentan que era muy aficionada a la lectura y le gustaba
rodearse de filósofos, en 1646 le escribió a Holanda suplicándole que fuera a
su corte.
Tras mucho pensárselo, partió hacia Estocolmo en septiembre
de 1649, donde fue recibido con los mayores honores y disfrutó de una estancia
de lo más agradable, salvo un detalle en principio sin importancia, pero que
después se tornó desagradable y, por último, resultó mortal.
Resulta que la reina tenía sus manías e insistía en que
las clases de filosofía y matemáticas se dieran a las cinco de la mañana, en la
gran biblioteca de palacio que era un
destartalado y frío aposento que carecía de calefacción.
Descartes, que era muy educado, nunca le comentó a la
reina que odiaba el frío y que rara vez, se levantaba antes del mediodía. Pero
los deseos de una reina no se pueden desatender, y las consecuencias para
nuestro hombre ya se las puede imaginar pues estaban en pleno invierno.
Tras
tres meses de clases el filósofo no aguantó los fríos suecos, enfermó de
gravedad y moría el 11 de febrero de 1650 de una dolencia respiratoria con tan
solo 53 años. Quizás pulmonía o congestión pulmonar. Una historia breve, ya les
avisé. Y triste, ahora lo saben.
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