(Continuación) Sin embargo los individuos que vieron la romántica película Los puentes
de Madison, con el consiguiente aumento de progesterona tanto en hombres como en mujeres y la disminución sólo
en hombres de la testosterona, experimentaron
efectos bien diferentes.
Por decirlo de forma rápida sintieron deseos de estar en grupo, mostrando una
mayor necesidad de acariciar a su pareja y hacerle demostraciones de cariño. No
en vano la progesterona está relacionada con la relajación y la reproducción tanto
en mujeres como en hombres.
De hecho reduce el estrés y la ansiedad y puede fomentar la actitud
solícita, la apertura emocional y el deseo de cercanía, haciendo decrecer la
libido. A todo esto contribuye también la circunstancia de la disminución de la
testosterona en los hombres, tan relacionada con la agresión.
Y todo esto dicho con reservas porque no debemos pasar por alto lo difícil que
resulta estudiar los niveles hormonales, dado que suelen cambiar casi de un
minuto a otro y por cualquier motivo, por nimio que éste pueda parecer.
Por ejemplo puede hacerlo sencillamente por el pinchazo de la aguja a la
hora de extraer una muestra de sangre para su análisis, de ahí que en este
experimento se tomaran muestras de saliva. Por si quieren ampliar información
les remito a su publicación en la revista Hormones
and Behavior.
¿Significa que, como parece desprenderse de la opinión vertida por los autores,
estamos ante un nuevo factor a valorar, en el imaginario colectivo masculino y
heterosexual, respecto al asunto éste de la sensibilidad?
Pues de nuevo he de decirle que lo ignoro. Y aunque vaya usted a saber dónde
está la verdad, servidor de ustedes no lo ve así, ni lo tiene tan claro como
ellos, por lo que vuelvo a mi reivindicación inicial de ‘Homo sensibilis’.
Todos los seres humanos lloramos de forma natural y los hombres
heterosexuales no somos una excepción a la regla. Yendo más a lo concreto, les
confieso que no he visto ‘Los puentes...’
por lo que no les puedo decir si es de las que me humedecerían los ojos o no,
pero la verdad es que, conociéndome, no soy yo quien les vaya a negar la mayor.
Vamos que no se extrañen de que sí.
Pero de ahí a lo otro, hay un trecho que recorrer de no buen camino, y habría
que ser especialmente cuidadoso a la hora de realizar afirmaciones del tipo: “Si
usted quiere aprender acerca de la personalidad de alguien, mire a su colección
de vídeo”.
O aquella otra de, y según lo que busque de postre: “Antes de cenar y estar
con la pareja, seleccione el tipo de película que van a ver”. Especialmente
cuidadoso, aunque no descarto en absoluto las conclusiones del grupo de la Universidad
de Michigan.
Y es que han de saber que, con la que sí les puedo asegurar que me emociono
y me emocionaré, se me siguen saltando las lágrimas, es con la obra ‘Cyrano de Bergerac’ (1897) del
dramaturgo francés Edmond Rostand.
Me ocurre tanto si la leo, como si presencio una representación teatral,
veo cualquiera de sus versiones cinematográficas o escucho la ópera homónima. Ya
les cuento.
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