Tal era el título con el que el también
jueves como hoy, 25 de enero de 1798,
doscientos veinte (220) años ya, el físico e inventor británico nacido en los
Estados Unidos Benjamin Thompson
(1753-1814), conde Rumford desde
1791, presentaba en la Royal Society of
London los sorprendentes resultados obtenidos al perforar las ánimas de los
cañones.
En dicho Estudio experimental sobre el origen del calor generado por el rozamiento,
que ese mismo año fue publicado en la prestigiosa revista Philosophical Transactions of the Royal Society, el físico mostró
su sorpresa ante la ingente cantidad de energía
que se desprendía en forma de calor,
cuando se perforaban los cañones, máxime si las barrenas que se utilizaban
estaban poco afiladas.
En el acto detalló los ensayos que
llevó a cabo en el arsenal de Múnich, Alemania, cuando, para evaluar el calor
generado por la fricción de la barrena con el interior del cañón, lo sumergió en
un barril de agua y allí dentro lo barrenó. Pudo comprobar que a las dos horas
y media de empezar el experimento, gracias al calor generado por la fricción, el
líquido empezó a hervir
Además determinó que no se había
producido ninguna reacción química
en la naturaleza del cañón, al comparar los calores específicos del material antes
y después de ser barrenado y que comprobar que era el mismo. Lo que era cierto.
Incluso calificó como de “provisión
inagotable” para obtener calor, el procedimiento de fricción. Claro que en esto, por suerte o desgracia, erraba.
Teoría del calórico
Una provisión de calor que, aunque
agotable, era incompatible con la por entonces vigente teoría del calórico (1787), defendida por el decapitado francés Antoine Lavoisier (1743-1794), padre de
la química moderna.
Como según dicha teoría, el calor era
una especie de fluido que no podía ser creado ni destruido, y Thompson sólo había suministrado
movimiento al ánima del cañón y, por ende, al agua del barril que había
arrancado a hervir, la teoría no podía ser cierta.
También reconoció en su disertación que
antes que él, en dicha noción de que el calor era una forma de movimiento, habían
existido otros científicos. Entre otros predecesores incluyó a Francis Bacon, Robert Boyle, Robert Hooke,
John Locke y Henry Cavendish.
Ya
de la que va, adelantemos que el del calórico no sería el único asunto que
compartieron los señores Thompson y Lavoisier, de quien este año se cumple el doscientos setenta y cinco (275)
aniversario de su nacimiento. Pero esa es otra historia de carácter más
personal, que deberá ser contada en otro momento.
Equivalente
mecánico del calor
Siguiendo
con la que nos trae, la experiencia científica del cañón del arsenal, si bien
en ella no hubo ningún intento de cuantificar el calor generado, no se le puede
negar un cierto aspecto pionero en la determinación de lo que más tarde se conocería
como el equivalente mecánico del calor.
De
hecho en ella se inspiró el físico e inventor inglés James Prescott Joule, casi cincuenta años después, para diseñar su
propio experimento en el que calculaba el valor de la cantidad de trabajo
mecánico requerido para producir una unidad de calor.
Una
experiencia que apareció publicada en el artículo The Mechanical Equivalent of Heat (1845) y terminó siendo
fundamental en el establecimiento de la teoría
cinética-molecular de los gases. Una teoría que condujo al desarrollo de las
leyes de conservación de la energía durante
el siglo XIX, y que a su vez llevó al Primer
Principio de la Termodinámica.
¿A qué relación se refiere entre Thompson y Lavosier? Me gustan algunas de sus entradas, me parecen interesantes y pedagógicas.
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