Hace unas entregas y utilizando las
palabras de advertencia de S. Hawking (1942), les ponía sobre aviso del potencial peligro que encerraría el
contacto con una civilización extraterrestre que fuera tan o más avanzada que
nosotros.
Y para ello les ponía el referente
literario de H. G. Wells (1866-1946)
y su archiconocida novela de finales del siglo XIX, La guerra de los mundos (The
War of the Worlds, 1898). Un texto que es tenido por la primera
descripción literaria de una invasión alienígena de nuestro planeta, en este
caso por parte de supuestos y malvados habitantes de Marte.
El libro, seguro que lo saben pero por
si no lo recuerdan ahora, arranca con un inquietante párrafo: “¿Pero quién habitará en esos mundos si
están habitados?... ¿Somos nosotros o ellos los Señores del mundo?... ¿Y cómo,
entonces, están todas las cosas hechas para el hombre?".
Las palabras
son del físico y astrónomo barroco Johannes
Kepler (1571-1630) y estarán conmigo que de inocentes y baladíes no tienen
nada. Nada de nada.
No lo tienen porque el alemán trabajó,
durante años y muy intensamente, en el cálculo de la órbita marciana, como así
lo prueban de un lado los casi mil folios que llegó a escribir sobre este tema
y del otro, la referencia que él mismo hace de ese trabajo, al que califica de “mi guerra con Marte”.
Toda una bélica descripción del asunto,
a la vez que una declaración de intenciones.
Ciencia y narcisismo
Preguntas les decía nada baladíes e
inocentes porque, ya para entonces, la ciencia
había empezado a moverle el sillón cósmico en el que hombre se había sentado.
Un lugar central y hegemónico que él mismo, víctima de su narcisismo, se había
adjudicado en el universo.
Pero la ciencia, que sólo se deja guiar
por el valor de la prueba, apuntaba en otra dirección bien distinta, que
llevaba a una inexorable y gradual desjerarquización del hombre como ser
dominante en el universo.
Estableciendo un paralelismo poético y
perdónenme por ello, la ciencia -como el poeta de Orihuela que llegó con tres
heridas: la del amor, la de la muerte, la de la vida- también llegó con tres
heridas, en este caso para el narcisismo de la Humanidad.
Se trató de un proceso lento y
paulatino que ha terminado por cambiar, de manera drástica y desde finales del
siglo XV hasta nuestros días, la visión que el ser humano tiene de su propia
existencia. De hecho lo que ahora sabemos y pensamos está en las antípodas de lo que sabíamos y
pensábamos antes.
Y en dicho cambio, que dura ya cinco
siglos, podemos destacar tres instantes fundamentales, protagonizados por tres
científicos que fueron los encargados de humillar a nuestro egoísmo como
especie animal.
Me refiero, por orden cronológico a: el
astrónomo polaco del Renacimiento Nicolás
Copérnico (1473-1543) y su modelo
heliocéntrico; el naturalista inglés
Charles Robert Darwin (1809-1882) y su teoría
de la evolución; y el neurólogo austriaco Sigmund Freud (1856-1939) y su teoría
del psicoanálisis.(Continuará)
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