A raíz
de la saga de entradas de hace unos días ¿Tuvieron ombligo nuestros primeros padres?, un curioso lector me interpelaba con la
pregunta del titular y la verdad sea dicha no anda falto de razón.
¿Qué
utilidad tiene esa marca tan característica que, como consecuencia de haber
nacido de un parto, compartimos todos los seres humanos? Esa cicatriz que nos acompaña
desde el primer momento que venimos al mundo, y a la que sin embargo prestamos tan
poca atención, poca digo, por no decir ninguna.
Como
ven, mi anónimo lector pone el dedo inquisidor en la llaga científica. Y aunque
ya saben que éste es un campo de conocimientos del que disto mucho de ser un
experto, por lo que me he podido informar, parece ser que una vez que hemos
nacido el ombligo no sirve para nada,
dicho sea esto desde el punto de vista
fisiológico.
Quiero
decir que lo llevamos en nuestro cuerpo, pero sin que cumpla una función vital determinada,
ni esté relacionado con algún proceso que pueda afectar o proteger nuestro organismo.
Nada esencial por tanto y por ello prescindible.
Puesto
a pensar, quizás el ombligo sea uno de esos elementos innecesarios a los que la
evolución les permite que nos sigan
acompañando, por la sencilla razón de que no merece la pena eliminarlos. Recordemos
que la forma de actuar la naturaleza sobre los organismos vivos no es obedeciendo
a un plan maestro dictado por alguien ¡No
por Dios!
Por
lo que sabemos de forma fehaciente no se trata de un acto creador que pretende
construir una criatura perfecta de nosotros. La evolución, a través del
mecanismo de la selección natural,
está a favor o en contra de determinadas partes de nuestro cuerpo, sólo en
función de nuestra supervivencia y reproducción.
Por
eso si alguna parte de nuestro cuerpo ya no nos es necesaria, con el tiempo sólo
la elimina si su presencia nos resulta perjudicial. Pero si no es así, entonces
simplemente lo deja ahí, por la sencilla razón de que es lo menos costoso,
energéticamente hablando, para el organismo.
Sólo
cuando es una tara, una molestia o un peligro lo hace. Es la omnipresente e
inexorable ley universal de la economía
del universo.
No
es la primera vez que vienen a esta tribuna tanto la susodicha ley de la
economía, como algunas de esas partes de nuestro organismo que en apariencia no
sirven para nada y a las que, al menos por ahora, no les encontramos ninguna
función concreta a desempeñar.
Ya
les hablé en otra ocasión de los pezones masculinos, el apéndice, el vello corporal, las muelas del juicio y el cóccix entre otros que me vienen a la
memoria, pero hay otros a los que habrá que enrocar en otra ocasión.
Siguiendo
con lo que nos trae hoya, es esta una explicación, la de la inutilidad fisiológica
del ombligo, que de ser aceptada nos deja libres para reformularnos la pregunta
inicial y reconducirla por otros derroteros, con solo sustituir la preposición
de finalidad (para) por la causal (por) y el verbo ‘servir’ por el de ‘tener’
¿Por qué tenemos ombligo?
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