(Continuación) Siguiendo con algunos de los reconocimientos que en vida
recibió la Nightingale, recordarles que
en 1907 fue la primera mujer en recibir la Orden
al Mérito. Lo hizo de manos del monarca Eduardo VII, contaba ya con ochenta y siete (87) años de edad y
llevaba ocho (8) ciega y muy mermada de facultades.
Una provechosa vida la de Florence
que nunca se casó, aunque no por falta de oportunidades, ahí hay una historia intramuros
que contar. Resulta que ella siempre creyó que Dios la había escogido para que
fuera soltera, tal como lo leen, así que estamos ante una visión de la soltería
algo peculiar, digamos entre laica y religiosa. O sea.
Hacia 1842, y a modo de justificación por rehusar casarse con un
pretendiente, dijo: “Yo tengo una
naturaleza moral y activa que requiere satisfacción, y eso no lo encontraría si
pasara la vida en compromisos sociales y organizando las cosas domésticas”.
O sea que ya por aquel entonces, había mujeres así.
Una provechosa y larga vida la suya, ya que murió con noventa (90) años
cumplidos en 1910, que por cierto es el mismo año en el que muere también Henri Dunant (1828-1910), promotor de
la Cruz Roja que obtuvo el primer Premio Nobel de la Paz en 1901.
Por poner ya un punto (sólo seguido) a los reconocimientos, les hablo de
uno que seguro conocen si han estado alguna vez en Londres. Sí, seguro estoy que
lo han visto, aunque es probable que no lo hayan mirado. Me refiero al Monumento de Crimea, erigido en 1915 y que
se encuentra en la Plaza Waterloo de
Londres.
En él se honra la transcendental contribución que esta mujer hizo tanto a
esa guerra como a la salud del ejército. Ella está en él.
Nightingale y la paradoja feminista
Son muchos los exégetas que ven en ella a una de las
propulsoras del movimiento feminista, y lo cierto es que motivos no les faltan.
Para empezar no sólo se rebeló contra los prejuicios de su tiempo, con el exclusivo
y excluyente destino en el hogar que reservaba a las mujeres, sino que planteó la
necesidad de que éstas se instruyeran.
No en vano escribió: “Se supone que
las mujeres no deben tener una ocupación suficientemente importante para no ser
interrumpidas; ellas se han acostumbrado a considerar la ocupación intelectual
como un pasatiempo egoísta, y es su deber dejarlo para atender a alguien más
pequeño que ellas”.
Además no solo riñó una dura batalla por el derecho a trabajar al lado de
los hombres, sino que eligió, ejerció, cualificó académicamente y dignificó la profesión de enfermera. Sí, no parece haber
la menor duda sobre el hecho de que, como mujer, tenía las ideas claras sobre sus
derechos.
Pero es que ella fue un poco más allá, dio un vuelta de tuerca más e intuyó
posibles perversiones del sistema y previno sobre determinados extremismos “que llevan a la mujer a imitar al hombre en
todo lo que hace, simplemente porque ellos lo hacen y sin ninguna consideración
sobre si es esto lo mejor que pueden hacer las mujeres”. Vaya, vaya.
No, en mi opinión al menos, no hay ninguna duda. Florence Nigthtingale (1820-1910) fue toda una feminista, pero claro qué sabré yo. (Continuará)
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