(Continuación) Nada más llegar Nigthtingale
y sus compañeras se pusieron manos a la obra. Y venciendo la oposición de los
doctores y las reticencias de los oficiales, ellas solas reformaron y limpiaron
el hospital, instalaron una fuente de agua potable y mejoraron las condiciones
higiénicas.
Estadísticas
médicas
Sólo con estas medidas básicas, en muy poco tiempo, lograron reducir el
número de muertos entre los soldados heridos. Para que se hagan una idea, en
febrero de 1855, no habían pasado ni cuatro meses desde que llegaron, la tasa
de mortalidad había descendido del sesenta por ciento (60%) a algo menos del
cuarenta y tres por ciento (42,7%).
Y a comienzos de la primavera lo hacía al cuarenta por ciento (40%), que se
dice pronto.
Un triunfo salutífero debido exclusivamente a los métodos sanitarios e
higiénicos empleados por ella y su equipo de enfermeras. Eso es lo que
demostraban los cálculos realizados con los datos de mortandad, que habían ido
recogiendo a lo largo de ese tiempo.
Una metodología que sin duda alguna es el primer tratamiento estadístico que se hacía en la historia, para
mejorar la práctica quirúrgica y hospitalaria. Y así es como ella lo contó
entonces, aunque todo había comenzado unos años antes.
Aparte de su vocación juvenil por las matemáticas, el interés y la
insistencia de Nightingale por la estadística
empezó en realidad como consecuencia de su afición por la botánica. Cuando estaba realizando un trabajo de clasificación de plantas
y se encontró con una ley
(estadística) que, no solo suscitó y estimuló su curiosidad científica, sino
que le llevó a establecer una duradera amistad con su creador.
Me refiero científico belga Adolphe
Quetelet (1796-1874), reconocido como uno de los padres de la estadística moderna, quien había
aplicado sus métodos no ya a las ciencias morales y sociales como les adelanté,
sino que había deducido una ley sobre el florecimiento de la lila común. Sí de
la lila común, como lo leen, pero esa es otra historia.
Entre ‘La dama de la lámpara’ y ‘Flo
el diablo’
Siguiendo con nuestra heroína y por la amplia
documentación que ella aporta al finalizar la guerra, sabemos que llegaron a
atender a más de cinco mil (5000) heridos, a pesar del escaso número de
enfermeras que eran.
Naturalmente lo hicieron trabajando de día y de noche, sin descanso. Yendo
de pabellón en pabellón, de sala en sala, de cama en cama., de enfermo en
enfermo Y Florence siempre era la
primera.
Su imagen desplazándose por el campamento, alumbrada con la luz de una
lámpara y cuidando a los soldados, hizo que éstos la bautizaron en tono
admirativo, como “la Dama de la lámpara”. Es por esta época cuando contrae la
brucelosis.
Pero el de los soldados no fue el único apodo por el que era conocida. No
todos pensaban lo mismo sobre su papel en el hospital y es que no se puede
gustar a todos. Por su parte, médicos y oficiales la llamaban ‘Flo el diablo’, tal era el temor y el
respeto que le tenían unos y otros. (Continuará)
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