(Continuación) Cuentan que el marino “levantando
una inmensa Biblia sobre su cabeza, primero con las dos manos y luego con una,
imploró solemnemente a la audiencia a creer en Dios y no en un hombre”.
El último en intervenir fue el botánico Joseph Dalton Hooker, quien por cierto no se lo había dicho, se
casó con la hija de Henslow. Estas
cosas pasan.
También parece probado el carácter multitudinario de la sesión (“más de mil personas se apelotonaban dentro
de la cámara y cientos se habían tenido que dar la vuelta”) y que la intervención
de Huxley produjo un tremendo efecto
en la audiencia.
Se habla de que una de las asistentas, una tal Lady Brewster, se desmayó en
el fragor de la entre irónica y mordiente, formal y burlona, discusión.
Una en la que se pudieron oír frases por parte del obispo como: ‘¿Qué ha aportado la teoría darwiniana?’
o ‘Querría preguntar al profesor Huxley
acerca de su creencia de que desciende de un mono ¿Procede esta ascendencia del
lado de su abuelo o del de su abuela?’.
Y por parte del evolucionista: ‘Estoy
aquí solamente en interés de la ciencia...
no he oído nada que pueda perjudicar los intereses de mi augusto defendido' o
‘No sentiría ninguna vergüenza de haber
surgido de semejante origen; pero sí que me avergonzaría proceder de alguien
que prostituye los dones de cultura y elocuencia al servicio de los prejuicios
y la falsedad’.
Una magnífica respuesta, de ser cierta. Mas como siempre les digo en estos
casos, 'se non è vero, è ben trovato'.
Pues eso.
Y para ir poniendo ya punto final a este sucedido evolucionista, les diré
que según uno de los asistentes, “todo el
mundo se divirtió mucho y se fueron alegremente a cenar juntos después”, lo
que está bien y puede que sea cierto.
De lo que estoy seguro que es cierto es de que Wilberforce y Darwin
mantuvieron buenas relaciones después del debate, de hecho, a pesar de la
disputa, el obispo respaldó la renovación del museo “para estudiar las
maravillas de las creaciones de Dios”, lo que está mejor aún.
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