lunes, 18 de septiembre de 2017

Leyenda de las cabras locas

(Continuación) Un estimulante del sistema nervioso central, la tal cafeína, que en los humanos produce un efecto temporal de restauración del nivel de alerta y eliminación de la somnolencia.
Desde el punto de vista químico la cafeína es un alcaloide del grupo de las xantinas, que actúa como una droga psicoactiva y del que ya hemos escrito algo a lo largo de estos años, por lo que no insisto ahora.
Les decía en la entrada anterior lo de la ingesta prehistórica de la cafeína porque en realidad, de sus más potentes efectos cuando está diluida en agua caliente no se supo hasta mucho, mucho, después. Pocas culturas habrá en la historia de la humanidad, que no se hayan atribuido en forma de leyenda, el estimulante y cafeínico descubrimiento, sea éste en estado sólido o en disolución.
Entre todas ellas, la más conocida y difundida acerca del origen del café quizás sea la leyenda de las cabras locas y el pastor.
Del pastor y las cabras locas
Habla de un supuesto sucedido que tuvo lugar allá por el Año del Señor del 800 en tierras montañosas de la actual Etiopía, en el conocido como Cuerno de África. Uno que aconteció a un pastor de cabras llamado Kaldi quien, por lo que cuenta el cuento, un día observó un extraño comportamiento de sus cabras cuando comieron de los frutos de unos arbustos.
Un extraño comportamiento porque las cabras, de natural tranquilo, tras la ingesta de los frutos se ponían a correr enloquecidas, se daban golpes unas contra otras, se levantaban sobre sus patas traseras, balaban de manera frenética y parecían haber perdido el sueño durante horas. Vamos que las cabras se habían vuelto locas.
Los frutos comidos eran unas bayas rojas que tras ser ingeridas, y eso a la vista estaba, las estimulaban y excitaban haciendo que se movieran con mucha más vitalidad y energía. Vamos que las colocaban en un sorprendente y elevado estado de euforia, que les duraba durante cierto tiempo y les hacía parecer pues lo dicho.
Ya saben lo que dice el dicho, más loca que una cabra. Pues eso.
Naturalmente el pastor sumó uno más uno y probó curioso las susodichas bayas que, al parecer según la leyenda, encontró demasiado amargas por lo que, aquí hay versiones, tiró al fuego el resto. Para su sorpresa, pasados unos minutos, comprobó que un intenso y agradable aroma provenía del fuego, y que las bayas rojas ahora mostraban un color marrón.
El resto es historia y como seguro se imaginan, no faltan intrahistorias que intentan explicar cómo el hombre pasó de masticar las bayas en estado sólido, a beberlas en forma de infusión. Y con este simple cambio, empezar la historia del café como bebida energizante y estimulante para el hombre.
   Una reacción de vitalidad que una vez más el hombre, en este caso el pastor Kaldi, aprendió de unas cabras, como antes otros hombres hicieron lo mismo de otras cabras que le mostraron las extraordinarias propiedades de: el frijol de mezcal, el khat, algunas setas, y ahora el café.
Y aunque no existen pruebas científicas ni datos históricos documentados acerca del lugar o la época del descubrimiento de este último, de lo que parece no haber ninguna duda es que su consumo empezó en Etiopía.
Algo es algo, pero esa es otra historia que habrá que contar en otro momento.
Moraleja
La que nos ha traído aquí estos días, de entrada nos previene sobre las cabras. Por lo visto, de largo, son los animales más viciosos, los más drogadictos que conocemos, y es que le hacen a todo. Por ellas además, hemos descubierto numerosas sustancias adictivas que luego hemos consumido y a las que algunos, por desgracia, se han sometido.
Sin duda de la cabra hay que huir como de las malas compañías, o al menos no frecuentarlas mucho. En cualquier caso, da que pensar.


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