(Continuación) Del segundo de los temas,
‘Bourée’, destacarles que es el único del disco que no es del flautista, ya
que en realidad se trata de una adaptación de Bourrée, quinto movimiento de la ‘Suite en mi menor para laúd’
escrito en 1700 por el maestro alemán Johann
Sebastian Bach. Por cierto uno de los “amigos músicos” del genial físico Albert Einstein y que le acompañó toda
su vida junto al no menos genial austríaco Wolfgang
Amadeus Mozart.
Un tema instrumental el del alemán, en principio escrito para laúd y que desde
entonces ha sido versionado por diferentes músicos y para otros tantos
instrumentos. Todo un primer éxito el tal ‘Bourée’,
que en las manos de Anderson para mí
que tiene ciertas reminiscencias jazzísticas, y que junto a otras composiciones
convirtió a la banda en la primera en recibir un singular reconocimiento.
Singular porque se lo otorgaron por el hecho de vender muchas más entradas,
en el mítico Madison Square Garden de Nueva York, que ningún otro grupo de la
época. Tanta era la demanda por parte del público para asistir a sus
actuaciones, que era frecuente y casi normal tener que añadir una cuarta
actuación más. No les digo más del grupo del siglo XX y paso al hombre del
XVIII.
Jethro
Tull (1672-1741)
Típico ‘gentleman farmer’, este gentilhombre granjero inglés estudió
Derecho en Londres, pero desde siempre tuvo claro que su futuro estaba más
pegado al laboreo de la tierra que al ejercicio de las leyes. Y bien pronto se
puso a trabajar en la granja de su padre, sobre la que tenía sus propias ideas
a la hora de cómo explotarla.
Se consideraba un agrónomo moderno que de entrada estaba
interesado en optimizar (en cantidad y calidad) la siembra de tan grandes
extensiones de terreno. Y con la energía de la juventud puso manos a la obra. La
primera aportación vino en forma de invento, bueno en realidad fue una mejora
de algo que ya existía: una sembradora.
En 1701, con el comienzo de siglo, Tull
perfeccionó la máquina sembradora que como tal ya estaba en uso desde mediados
del siglo XVI. Lo hizo incorporándole un torno que actuaba como motor y que era
arrastrado por caballerías.
Junto a otras mejoras en el diseño, su máquina resultó ser más resistente y
eficaz que cualquier otra de la época, pues permitía con pocos hombres una
mayor y mejor siembra de grandes extensiones, al repartir las semillas con una mayor regularidad
sobre el terreno. Con ello se facilitaba, además de un mejor aprovechamiento
del suelo, un crecimiento y maduración más homogéneo de los sembrados. Miel
sobre hojuela que se dice.
Ya. Sin embargo por las causas que fueran, el invento no cuajó entre sus
compatriotas que, prácticamente, no le prestaron atención alguna. Se ve que no era
su momento todavía.
Del “invento” de la sembradora inglesa al
“descubrimiento” de los surcos franceses con azadas
La segunda idea después del “invento” de la sembradora, le vino mientras
realizaba un viaje de cinco (5) años de duración por media Europa, un disfrute
que sólo la clase pudiente se podía permitir. ‘Grand Tour’ lo llamaban entre ellos y con el tiempo, como todo en
esta vida y degenerando a ver si no cómo, devino en el actual turismo.
Fue en 1711, cuando visitaba el sur de Francia y mientras reposaba en
Frontiganm por motivos de salud, que Tull
observó cómo los campesinos que cultivaban los viñedos de los alrededores
cavaban con azada los surcos.
En aquel entonces él no lo sabía, pero de esa forma los franceses aireaban
la tierra haciéndola más permeable al agua y por tanto más fértil. Así
conseguían grandes cosechas sin necesidad de tener que fertilizar los cultivos
con estiércol de vaca, un caro recurso entonces. (Continuará)
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