(Continuación)
Es la extraordinaria visión gráfica que en 1899, el ilustrador francés Jean Marc Côté tenía sobre cómo sería un
aula en el año 2000. A la vista está que sería cualquier cosa menos simple y que
en las postrimerías del siglo XX, en la educación
jugaría un papel importante la nueva tecnología.
La potencia de la imagen, en la que unos estudiantes parecen aprender de manera
automática gracias a la “labor” de otro, no pasa desapercibida a nadie, ¿es el
sueño de todo escolar este tipo de educación? ¿Qué nos muestra la ilustración?
De derecha a izquierda (de usted) podemos ver cómo funciona el proceso
educativo. En su primera fase, la de enseñar, un profesor introduce los libros que
los estudiantes deberán ¿estudiar?, en una especie de máquina que supuestamente
procesa sus contenidos, gracias al aporte energético de un fortachón estudiante
que hace girar una manivela.
Es como si la máquina “triturase” los libros y “extrajese” a modo de jugo
didascálico, una información que, mediante una red de hilos eléctricos que
vemos en la pared lateral a espalda del profesor y continúan por el techo,
llega directamente al cráneo de los alumnos mediante unos transmisores.
Antes de continuar dos interrogantes. Una, ¿cómo las palabras escritas en
las hojas de los libros se transforman en corriente eléctrica dentro de la
máquina? Dos, si se dispone de electricidad, ¿qué necesidad hay de la “fuerza
animal” del estudiante para que la máquina funciones?
Y continúo con la ilustración, ahora en la fase de aprendizaje, y aquí he
de confesarles que me pierdo algo más.
Ignoro si los transmisores que portan los alumnos en sus cabezas son una
especie de casquetes, que lo que hacen es transmitir impulsos electromagnéticos al cerebro, de forma que les “mete” la
asignatura en la cabeza por así decirlo, y les hace aprender. No me pregunten cómo
pero una cosa me queda clara.
De ser así, quedaría bien lejos la tan española y quijotesca cita de “la letra
con sangre entra”. Algo es algo y, sobre todo, más que nada
O eso o por el contrario, estos dispositivos son en realidad unos auriculares
que transforman la energía
electromagnética en energía mecánica
(sónica), vamos que convierten electricidad
en sonido informativo que les llega al cerebro a través del oído.
En esencia estaríamos ante un audiolibro
con el que la lectura se haría mediante la audición, perdonen el guiño del trabalenguas,
pero que a mi entender evidencia un punto débil de todo el entramado
tecnológico.
¿Qué superioridad pedagógica tendría el hecho de escuchar a una máquina
recitando una lección, frente al tradicional método del profesor explicando a
los alumnos?, máxime si el profesor está en el aula con ellos, con la única mecánica
labor de ir introduciendo libros.
No, no me casa. Una tecnología no es mejor por el mero hecho de ser más
novedosa.
En cualquier caso y por lo que transmite el lenguaje corporal, están
sentados en sus escritorios manteniendo una postura erguida y miran al frente como
concentrados, los estudiantes parecen aprender. Por esa parte bien.
Tal como lo veo en la ilustración, la tecnología vendría a ser como una
herramienta que potenciaría una nueva forma de enseñar y de aprender, ¿quizás
un nuevo método de enseñanza-aprendizaje? Sí, puede que así sea, ¿por qué no?
Pero lo anteriormente escrito no es más que una opinión, sin categoría de
informe ¿Cómo lo ve usted? ¿Coincide con mi expresión y caracterización en la
forma de concebir la relación? ¿Cree que el rol que el señor Côté le asignó en el proceso educativo a
las tecnologías, sigue vigente en la segunda década del siglo XXI?
Quedo a la
espera de sus respuestas, si así les parece. (Continuará)
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