domingo, 9 de julio de 2017

¿Se drogan los animales? (y 2)

(Continuación) Y la biología, con su afán de perpetuar la vida no es una excepción. De modo que su cumplimiento es una cuestión de supervivencia también para ella.
Piense que dado el hecho de que estos alimentos, me refiero a las frutas fermentadas, proporcionan un mayor contenido calórico por unidad de materia, su ingesta implica no tener que comer con tanta frecuencia y, por tanto, no emplear más tiempo y energía recolectando otras fuentes de sustento.
Lo que sin duda es vitalmente bueno para el individuo y la especie. Y claro, una cosa trajo otra. Mediante el mecanismo de la selección natural, los primates desarrollaron una preferencia por los alimentos fermentados. Una predisposición que se transmitió a los humanos a través del fenómeno de la evolución y con ella, suerte o desgracia, la atracción por el alcohol.
Lo que les dije al principio, una atracción por mor de la adaptación evolutiva.
¿Por qué se drogan los humanos?: Lo desconocido y lo divertido
La segunda hipótesis nos habla de la atracción que los humanos sentimos por lo desconocido, por lo ignoto, por la búsqueda de una realidad alternativa.
Por ponerles un ejemplo y sin ir más lejos, ahí están los estudios realizados sobre lo que ocurre cuando, determinada gente, se dedica a la meditación transcendental. Y nos dicen que nuestro cerebro es capaz de experimentar sensaciones alucinantes, de emprender viajes siderales que nos llevan a un mundo misterioso (titotatin tatin tatin).
Bueno no hace mucho, en esta misma tribuna, les escribía sobre Lewis Carroll y su metáfora del espejo en Alicia en el país de las maravillas. Que por supuesto no es que nos lleven muy lejos, pero al menos nos acercan algo a esa necesidad que los humanos tenemos de ideas y conceptos como la religión, la espiritualidad y la trascendencia.
Pero vamos, que yendo a lo práctico, seguimos en las mismas posiciones acerca de cuáles son nuestros orígenes, para qué estamos aquí o que hay después de la muerte. En fin.
Por último, es la tercera y no por ello menos importante, desde tiempos inmemoriales y tengo para mí que desde entonces, los seres humanos nos hemos divertido, por simple placer, mediante ciertas intoxicaciones. Desde siempre y ejemplos no faltan. Ya fueran nuestros antepasados de las cavernas, cuando mascaban hojas y tallos de plantas alucinógenas.
O los numerosos pueblos de la antigüedad que han buscado el relajo que les producía la ingesta de una copa de aguamiel o hidromiel, quizás la primera de las bebidas alcohólicas que consumió el hombre. Una probable precursora de la cerveza, cuya preparación se basaba en la fermentación de una mezcla de agua y miel, que podía alcanzar una graduación alcohólica cercana a los trece grados (13°).
Me refiero -perdonen el inciso químico, una deformación profesional- al grado alcohólico volumétrico de la bebida. Es decir al número de volúmenes de alcohol, etanol (CH3CH2OH), contenidos en cien (100) volúmenes del producto, medidos a la temperatura de veinte grados Celsius (20 º C).
Se trata de una concentración porcentual en volumen., en la que cada unidad de porcentaje corresponde a un grado de graduación. Si la bebida en cuestión tiene una graduación de 13° es porque contiene 135 ml de etanol por litro de bebida (135 mL/L)
O porque no, un ejemplo más, los hippies de los años 60 del pasado siglo XX, que disfrutaban con la toma de psicodélicos.
Sí, con poco margen de error se puede afirmar que el consumo de drogas es uno de nuestros pasatiempos más antiguos.
Bien pues ya está. Sea por adaptación evolutiva, por atracción hacia lo desconocido o por simple diversión, los humanos nos drogamos pero, ¿y los animales? ¿Por qué se drogan los animales?


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