Con el germen del cajero automático les dejé ayer, allá por los inicios de la
segunda mitad de la década de los sesenta del pasado siglo XX.
O lo que es lo mismo, con una máquina que pudiese entregar dinero las
veinticuatro horas (24 h) del día, durante los siete (7) días de la semana, de
todas las semanas del año, como si fuera una expendedora más al uso. Una más, si
bien con un evidente matiz diferenciador tanto de entrada como de salida.
Lo que se introducía en ella, en lugar de una moneda, era un peculiar cheque
bancario y lo que ella nos devolvía, en vez de una “chuche”, era dinero en
metálico, es decir contante y sonante. Naturalmente como se trataba de lo uno (dinero)
y no de lo otro (chuche), Shepherd-Barron
desarrolló más de una tecnología
para la seguridad operativa del autómata.
Entre otras una de carácter individual o personal, que consistía en la
introducción de una clave numérica a
modo de código de acceso identificativo, y una ya más general que exigía el uso
exclusivo de un cheque, que solo
podía conseguirse en el mismo banco.
PIN, cheque
y cajero
Un falso dilema en realidad porque es sabido que el hombre propone, la
mujer descompone y..., en fin que les voy a contar que ustedes ya no sepan o
intuyan. Como seguro no ignoran el código de las tajetas consta de cuatro (4)
dígitos, ¿cuántos si no podrían ser? Es una historia ya antañona, ésta de las disputas
entre mujeres y hombres.
Para el cheque bancario -en aquellos entonces aún no se había inventado la
tarjeta de plástico, aunque la verdad sea dicha le quedaba bien poco-, nuestro
hombre utilizó una tecnología que ya estaba desarrollada, precisamente, por la
empresa donde trabajaba, De la Rue.
Que fabricaba unos ‘cheques seguros’ como mecanismo de pago en gasolineras
y grandes compañías comerciales, que utilizaban como identificador de los
mismos al isótopo carbono-14,
radiactivo por supuesto pero de muy baja intensidad y por tanto no peligroso.
Una técnica la del C-14, basada en el fenómeno de la radiactividad descubierto a principios de siglo, consistente en
impregnar los cheques con un compuesto de este isótopo del elemento químico carbono,
que permitía identificarlo, reconocerlo y en su caso autorizar la operación de entrega
del dinero.
Como la empresa De La Rue se
dedicaba también a hacer máquinas para contar monedas, la entidad Barclays Bank le encargó la fabricación
de los cajeros que fueron llamados De La
Rue Automatic Cash System, más conocidos por su acrónimo DACS. Normal, hasta las instituciones empresariales
tienen vanidad.
La historia del cajero automático estaba a punto de dar sus primeros pasos
en las calles londinenses.
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