Ya les he contado buena parte de la historia del invento del cajero
automático y su puesta en marcha en el verano de 1967.
A propósito de la fecha si me lo permiten, abro un inciso vinculante y
musical. Seguro que habrán caído en él, pero por si no es así, se trata del
mismo año en el que, y tan solo veintiséis (26) días antes, el cuarteto de
Liverpool publicaba el disco con el que revolucionarían el rock.
Uno que no necesita presentación, el lisérgico y psicodélico ‘Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band’.
Recuerden que fue el 1 de junio y tenía mucha tela enrocada que cortar,
tela del telón. Cierro inciso.
Y vuelvo con el cajero, del que ahora les completo algunos detalles
curiosos y bizarros, que vienen a ser como precuelas y secuelas del mismo.
Empecemos por donde se debe, por el principio.
Historia
de un retraso
Todo apunta a que en realidad la historia se inicia un par de años antes
cuando, en una mañana sabatina de 1965, el ingeniero John Shepherd-Barron que por aquel entonces vivía en el campo,
decidió acercarse a Londres para sacar dinero en efectivo de su sucursal
bancaria. Normal.
Pero hete aquí que lo hizo con la fatalidad de llegar tarde a la ventanilla
de la oficina, un sucedido que le puede ocurrir a cualquiera. En su descargo él
cuenta que se retrasó tan sólo un minuto, vamos que llegó a las 12:31 pm y que
las ventanillas de atención al público cerraban a las 12:30 pm. Estas cosas
pasan.
Ya, claro que sí y puede que así fuera. O no. Lo digo porque eso mismo es lo
que cualquiera de nosotros hubiéramos dicho en las mismas circunstancias. O sea,
que vaya usted a saber. El caso es que, llegara en el minuto que llegara, el
buen hombre se encontraba en un apuro. Necesitaba dinero en efectivo para el
fin de semana y no lo podía sacar del banco.
Menos mal que, al parecer, el dueño del garaje donde solía llevar su coche
le pudo resolver la papeleta, al hacerle efectivo un cheque que le entregó a
cambio. Asunto económico resuelto. Está claro que hay que tener amigos en todas
partes.
Como claro está que cualquiera de nosotros se hubiera quedado ahí, en la particular
y parcial solución monetaria de John. Ya, cualquiera de nosotros, pero no nuestro
hombre.
Por lo que él mismo cuenta, esa misma noche se puso a pergeñar en busca de una
solución para que nunca más, nadie tuviera que depender del rígido horario de
oficina bancario, a la hora de poder disponer de su dinero. Y no es que le
resultara fácil, no, sabido es que la genialidad es un coctel que se compone de
un 1% de inspiración y un 99% de transpiración.
Pero como alguien dijo, y es verdad, que la suerte ayuda a las mentes preparadas,
al ingeniero, a base de darles muchas vueltas al asunto, se le vino la imagen
de las máquinas expendedoras de chocolatinas, frutas, chicles y caramelos. Ya
saben, esas que a cualquier hora nos facilitan el producto deseado, con solo
insertar una moneda y accionar una palanca.
¿Por qué no iba a ser lo mismo con el dinero?, se dijo. Dicho y hecho. Se había
puesto en acción el germen del cajero automático.
Sorprendente la forma en la que mezcla y relaciona los temas. No sé si me gusta.
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