(Continuación) Lo hacía mientras grababa en su memoria la peculiar forma en
la que giraba el rostro hacia la ventana, cada gesto que hacía, cada arruga de
su frente, cada articulación de su boca de donde brotaban esas palabras que se
habían convertido en la mirada de sus ojos. Los ojos de la mente que le
permitían ver con la imaginación, lo mismo que su compañero veía en la
realidad.
Y resultó que con el paso del tiempo esas horas vespertinas terminaron
siendo las más deseadas, las más esperadas del día por los dos. A ambos, con su
llegada, el mundo se le ensanchaba y la vida se le avivaba. Cobraban vida sus moribundos
mundos.
Y así fueron pasando días, semanas, hasta que una mañana, el cuerpo del
hombre de la ventana amaneció sin vida. Todo acaba por lo que, pasado unl
tiempo que consideró apropiado, el otro hombre pidió ser trasladado de cama.
Una petición que fue atendida por el personal, no sin ciertas extrañezas.
En primer lugar por la propia petición en sí. Y después porque, mientras
las desconcertadas enfermeras hacían el cambio, él se obstinó en permanecer con
los ojos cerrados. Únicamente cuando tuvo la certeza de estar solo en la
habitación, se irguió sobre el codo lentamente, con dificultad, y con los ojos
aún cerrados giró su rostro hacia la ventana.
El corazón le latía con fuerza, como si fuera a salírsele del pecho. Era su
primera mirada al mundo exterior. Por fin tendría la alegría de verlo él mismo.
Entonces abrió los ojos y por la ventana vio... una pared blanca. Una blanca,
sólida y fría pared.
¿Qué motivos llevaron a mentir al hombre de la ventana? ¿Con qué intención
lo hizo? Al preguntar a las enfermeras porqué su compañero le habría contado
esas cosas tan maravillosas como irreales, éstas manifestaron no saberlo. De
hecho también mostraron sorpresa, una extrañeza más, ya que no podría haber
visto ni siquiera la pared. El hombre era ciego.
Y hasta aquí la historia de la ciega y doble mentira. Que si se piensa no
es más que una nueva perspectiva del eterno dilema entre la verdad y la mentira
¿Qué elegir? La ciega mentira que imagina más allá de la pared blanca. O la
clarividente verdad que tan solo ve la blanca realidad. La mentira inventada,
irreal, cálida y alegre. O la verdad existente, real, fría y triste ¿Por cuál
se inclina?
Por si lo quieren saber, en estos casos de incertidumbre y desazón,
personalmente me suelo quedar con el poeta, que nos dice que “nunca es triste
la verdad, lo que no tiene es remedio”. Y si la duda continua y se muestra
tozuda, entonces me refugio en el santo que nos recuerda que “la verdad nos
hará libre”.
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