Hace unos días, ordenando unas cajas con libros del trastero -el saber no
ocupa lugar pero los libros sí, y mucho además-, se me vino a las manos un
ejemplar de la Biblia. Inconscientemente me puse a hojearla y la casualidad me
llevó al capítulo XIV de las Profecías de
Daniel, donde se narra una curiosa historia. Se la resumo.
Al parecer por aquella época los babilonios adoraban a un ídolo llamado
Bel, al que cada día le ofrecían enormes cantidades de manjares y bebidas como
ofrenda. Lo sorprendente del tal Bel era que, a pesar de que el templo se
cerraba por la noche y resultaba del todo imposible entrar en él, al día
siguiente las ofrendas habían desaparecido. Vamos que no quedaba ni rastro de
ellas.
Sin duda se trataba de un sucedido singular que era explicado por los
sacerdotes del templo, y creído a pies juntillas por los babilonios, mediante
una hipótesis sobrenatural o divina. Aquello no tenía más remedio que ser obra
de un dios, pues sólo un ser divino podía comer tanto. Nadie que fuera humano
podría con tal cantidad de alimentos en una sola noche. Era la prueba evidente
de que Bel no sólo estaba vivo, sino que era todopoderoso.
Además la credulidad de los babilonios no paraba de crecer porque,
alentados por los sacerdotes, cada vez llevaban más bandejas al dios. Y he aquí
su grandeza pues, por más bandejas que le llevaran, al día siguiente volvían a
aparecer vacías. Tal era el poder de su dios y para la mayoría de ellos no
había nada que demostrar, Bel era divino.
Les he dicho la mayoría de los babilonios pero todos. Resulta que por aquel
entonces reinaba Ciro el Persa, y
entre sus consejeros se contaba Daniel,
un profeta judío, un hombre de Dios que como veremos, era también un gran
conocedor del corazón y la mente humana.
Un conocimiento que se hizo evidente el día el rey le pidió que fuera con
él a adorar a Bel. Un acto al que el sabio, pero también imprudente de Daniel,
se negó alegando que no creía en su supuesto poder. Ni que decirles tengo que
el rey montó en cólera y le hizo saber que si no demostraba quién se comía los
alimentos, le mandaría matar por haber blasfemado. Un mal asunto el de
despertar la cólera de un rey.
¿Qué indujo a Daniel a actuar de forma tan temeraria? ¿Por qué no creía en
el dios Bel? Pues por una sencilla razón. Daniel, que había observado los
mismos hechos que los babilonios, tenía sus propias ideas al respecto. Razonaba
que era muy poco probable que una estatua de arcilla y bronce comiera, así que
se preguntó quién se beneficiaba de esta situación.
Y partiendo del dicho que “en el
monte está quien el monte quema”, llegó a una elemental hipótesis: los
sacerdotes eran los responsables del “prodigio gastronómico”. Pero claro
faltaba demostrarlo, una cosa son los dichos y otra bien distinta los hechos.
Una hipótesis no puede estar basada sólo en la credulidad, hay que
convertir la supuesta evidencia en prueba irrefutable. De modo que había que
descubrir cómo se las ingeniaban para apoderarse de los alimentos y elaboró un
plan que fue a exponer al rey.
Ante su presencia se dejarían los manjares en el templo y al final del día,
se retirarían todos menos el rey, Daniel y sus criados, que se quedarían allí
solos. Y así lo hicieron. Entonces, sólo entonces, los criados esparcieron una
fina y casi inapreciable capa de ceniza por el suelo alrededor del altar, tras
lo cual se marcharon todos.
Al día siguiente, cuando
volvieron al templo que mantenía sus puertas cerradas e intactas, las abrieron
y entraron en él y ¡Alabado sea dios! ¡Los alimentos habían desaparecido una
vez más! ¡Grande era el poder de Bel!
¿Qué hizo entonces Daniel? Pues sorpréndase. A pesar de que el asunto no
marchaba bien para él, a pesar de que las evidencias le condenaban, el profeta
no tuvo otra ocurrencia que echarse a reír. Lo hacía mientras le señalaba al
rey unas huellas que, de todos los tamaños, se marcaban alrededor del altar.
Las siguieron y llegaron a una puerta oculta por la que, no había la menor
duda, los sacerdotes y sus familias entraban cada día para retirar las
ofrendas.
Ya se imaginarán la reacción del rey. Recuerden su cólera. Ordenó matar a
los sacerdotes, derribar la estatua y destruir el templo. Y hasta aquí el
resumen de mi lectura bíblica de hace unos días, que están leyendo hoy, y a la
que añado una reflexión. Qué poco han cambiado la mente y el corazón humano en
todo este tiempo.
Sigue existiendo gente de mente sencilla y corazón confiado. Gente bien
intencionada y de credulidad ingenua.
Gente que, por ignorancia o necesidad, terminan cayendo en manos de vividores y
desalmados, como los sacerdotes Bel. Desaprensivos de corazón mezquino, que
montan sus tenderetes a la sombra de cualquier debilidad humana. Mercaderes de
miserias, mentes retorcidas ávidas de notoriedad pública y pingües beneficios.
También existen, aunque sigue siendo pocas, gente escéptica con una mente
como la de Daniel, quién con su lógica y escepticismo entendió el “prodigio de
Bel”.
Ya que habla de crédulos, desaprensivos y escépticos ¿qué opina de las palabras de Rosa Montero y la homeopatía?
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