Quien me ha oído en clase, en alguna charla o ponencia, o bien en la radio
o la televisión, sabe que a la hora de tener que pronunciar ciertas palabras en
inglés, me apresuro a presentar (que no a pedir, sólo faltaba eso) mis
disculpas.
Y es así no por el relativo y defectuoso manejo verbal que hago del idioma
del bardo de Avon, que lo hago, sino por la (casi) absoluta ignorancia del
mismo que tengo. Vamos, que no es que mi inglés hablado sea malo, es que es
inexistente.
Sin embargo, siempre hay un pero, tengo que admitir que esta afirmación no
es cierta. No lo es al menos del todo. Se trata de una exageración por mi
parte, de intencionalidad inconfesable por ahora, pues en realidad suelo
utilizar bastantes palabras en inglés.
No ya las científicas y tecnológicas que el desarrollo de mi profesión me
ha exigido en modo escrito, sino de otras que si les soy sincero, no era muy
consciente y, lo que es aún peor, soy capaz de reconocer. Caí en ello en cuanto
tuve en mis manos una carta al director de un diario, en la que se explicitaba
precisamente eso. La gran cantidad de expresiones anglófilas que utilizamos sin
darnos cuenta.
Y créanme, lo que escribía el lector era justo lo que me había pasado a mí,
no importa dónde, cuándo, ni con quién estuviera. Justito lo mismo. Por
ponerles un ejemplo, es lo que me pasaba con mis hijos cuando eran pequeños.
Trato de decirles que la terminología que paso a utilizar, puede tener
fácilmente veinte (20) años. Lo resalto para que lo tengan en cuenta y la actualicen.
Me ocurría cuando me dio por pedirles, para ojearlos, los ‘comics’ que les
compraba y que yo les llamaba tebeos. También al enseñarme ellos sus ‘book de
pins’, que para mí siempre habían sido colección de insignias. O al ayudarles a
colocar en sus cuartos los ‘posters’, que antes no sé por qué se llamaban
carteles.
Ni que decirles tengo si son padres, que para entenderme con ellos pues
hablo como ellos. Qué quieren, soy su padre tanto para lo bueno como para lo
malo.
Quiero decir que les dije cosas como “tomar una ‘fast food’ en el
‘self-service’ de la universidad”, ni pensar en algo como comida rápida en el
autoservicio. O ‘comer un ‘sandwich’ con bacon”, ni se le ocurra aquello tan
español de poner panceta ahumada en el bocadillo.
Y por supuesto lo de comer un trozo de ‘plum-cake’, yo que siempre creí que
se llamaba bizcocho, fíjese. O guardar la comida, no en fiambreras sino en
‘tupper-ware’. Qué cosas trae la modernidad. Todo esto mientras el mayor de mis
hijos me hablaba de los deportes que practica (y aún practica): ‘full-contact’,
‘surfing’, ‘rappel’, ‘raffting’ que no les aclaro lo que son porque no sé,
siquiera, si en mis tiempos existían dichas prácticas deportivas.
Pero no queda ahí la cosa anglófila. Lo mismo me sucede también al ver la
televisión. Ya no hablo de programas, sino de ‘magazines’. Claro que lo son si
al presentador no le da por gesticular como un energúmeno y pronunciar sin
cesar la palabra ‘OK’ o “vale”, que también tiene su aquél el uso del vocablo.
Porque si lo hace entonces la cosa televisiva se llama ‘show’, no el
clásico y anticuado espectáculo, que con su variante fuerte (perdón ‘heavy’), o
sea, con carnaza, se llama ‘reality’, es decir ‘reality show’. (Continuará)
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