viernes, 31 de marzo de 2017

Gramática y tacos (2)

(Continuación) Si va precedido de “preposiciones”, entonces con ellas se matiza su expresión.
“De” significa éxito (me salió de cojones) o cantidad (hacía un frío de cojones). “Por” expresa obstinación (lo haré por cojones). “Hasta” marca el límite de aguante (estoy hasta los cojones). “Con” indica el valor de un hombre (era un tío con cojones). Y “sin” su cobardía (era un tío sin cojones).
Más acepciones cojoneras
También propiedades físico-químicas como color, forma, tersura, tamaño o dureza le aportan un significado nuevo. Veamos.
El color violeta expresa frío (se me quedaron los cojones morados). La forma nos habla de apatía (tiene los cojones cuadrados). Su desgaste implica experiencia (tenía los cojones pelados de hacerlo).
El tamaño y la posición confieren importancia (tiene dos cojones grandes y bien plantados). Si bien hay un tamaño que no debe superarse (los tiene como los del caballo del Cid). Ojo con él. En ese equino caso pasan a indicar torpeza o vagancia (le cuelgan, se los pisa, necesita una carretilla para llevarlos).
En lo que concierne a su dureza, hay una anécdota real muy divertida con el general Castaños, duque de Bailén, como protagonista.
Resulta que el Rey Fernando VII propuso al militar, ya de edad muy avanzada, para gobernador de Cuba. El general, que había vivido toda su vida en un cuartel -con diez años fue nombrado capitán, en recompensa a los méritos de su padre-, no era un hombre precisamente de palabra sutil,  por decirlo de forma suave.
Y así se lo demostró al monarca, cuando le espetó: “Majestad, tengo los huevos muy duros ya, como para que me los pasen por agua”. Dicen que el rey felón soltó una carcajada ante la graciosa grosería. Y que no pasó nada. A saber.
Lo que sí es cierto es que esta anécdota real tuvo una continuación, esta vez política, unos siglos después. Se la contaré Dios mediante.   
El papel del verbo
Ya saben por la entrega anterior que el modo verbal, en el asunto este de los cojones, tiene su importancia. Pues bien ahora les digo que también la tiene el tiempo del verbo utilizado.
Tanto que llega a cambiar el significado de la frase.
Así, el presente indica hastío o molestia (me toca los cojones); el reflexivo significa vagancia (se toca los cojones); y el imperativo, sorpresa (¡tócate los cojones!). Ni que decir tiene que cada verbo que le acompaña, confiere al cojonero término un nuevo significado.
Al ya citado de tener, indicador de valentía (aquella persona tenía cojones), añadimos: el amenazante de cortar (te corto los cojones); el retador de poner (puso los cojones encima de la mesa); una variante de cortar, ésta apostadora (me corto los cojones si no...); y una más, explícita y reveladora, que viene acompañada de una anécdota real.
La reina Victoria Eugenia -mujer inglesa de Alfonso XIII- una vez en España, aprendió pronto a quejarse del frío de Madrid. En un español “aceitoso”, ya me entienden, empleaba muy a menudo la castiza retórica: “En invierno, en este palacio, baja un frío del Guadarrama que corta los cojones”.
Lo que diga su majestad. (Continuará)


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