(Continuación)
Si va precedido de “preposiciones”, entonces con ellas se matiza su expresión.
“De” significa
éxito (me salió de cojones) o
cantidad (hacía un frío de cojones).
“Por” expresa obstinación (lo haré por
cojones). “Hasta” marca el límite de aguante (estoy hasta los cojones). “Con” indica el valor de un hombre (era un tío con cojones). Y “sin” su
cobardía (era un tío sin cojones).
Más acepciones cojoneras
También propiedades
físico-químicas como color, forma, tersura, tamaño o dureza le aportan un
significado nuevo. Veamos.
El color
violeta expresa frío (se me quedaron los
cojones morados). La forma nos habla de apatía (tiene los cojones cuadrados). Su desgaste implica experiencia (tenía los cojones pelados de hacerlo).
El tamaño y la
posición confieren importancia (tiene dos
cojones grandes y bien plantados). Si bien hay un tamaño que no debe
superarse (los tiene como los del caballo
del Cid). Ojo con él. En ese equino
caso pasan a indicar torpeza o vagancia (le
cuelgan, se los pisa, necesita una carretilla para llevarlos).
En lo que
concierne a su dureza, hay una anécdota real muy divertida con el general Castaños, duque de Bailén, como
protagonista.
Resulta que el
Rey Fernando VII propuso al militar,
ya de edad muy avanzada, para gobernador de Cuba. El general, que había vivido toda su vida en un cuartel -con
diez años fue nombrado capitán, en recompensa a los méritos de su padre-, no
era un hombre precisamente de palabra sutil,
por decirlo de forma suave.
Y así se lo
demostró al monarca, cuando le espetó: “Majestad,
tengo los huevos muy duros ya, como para que me los pasen por agua”. Dicen
que el rey felón soltó una carcajada ante la graciosa grosería. Y que no pasó
nada. A saber.
Lo que sí es
cierto es que esta anécdota real tuvo una continuación, esta vez política, unos
siglos después. Se la contaré Dios mediante.
El papel del verbo
Ya saben por
la entrega anterior que el modo verbal, en el asunto este de los cojones, tiene
su importancia. Pues bien ahora les digo que también la tiene el tiempo del
verbo utilizado.
Tanto que
llega a cambiar el significado de la frase.
Así, el
presente indica hastío o molestia (me
toca los cojones); el reflexivo significa vagancia (se toca los cojones); y el imperativo, sorpresa (¡tócate los cojones!). Ni que decir
tiene que cada verbo que le acompaña, confiere al cojonero término un nuevo
significado.
Al ya citado
de tener, indicador de valentía (aquella
persona tenía cojones), añadimos: el amenazante de cortar (te corto los cojones); el retador de
poner (puso los cojones encima de la mesa);
una variante de cortar, ésta apostadora (me
corto los cojones si no...); y una más, explícita y reveladora, que viene
acompañada de una anécdota real.
La reina Victoria Eugenia -mujer inglesa
de Alfonso XIII- una vez en España,
aprendió pronto a quejarse del frío de Madrid. En un español “aceitoso”, ya me
entienden, empleaba muy a menudo la castiza retórica: “En invierno, en este palacio, baja un frío del Guadarrama que corta
los cojones”.
Lo que diga su
majestad. (Continuará)
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