(Continuación) En el ‘De solido intra
solidum naturaliter...’ el danés enuncia los principios que en su opinión, determinan
la formación de los estratos de sedimentación y explican el proceso de
petrificación de los fósiles.
De ahí que para muchos exégetas es con él con quien tiene lugar el
nacimiento de la geología como
ciencia. Y por supuesto en los “cuerpos sólidos dentro de los sólidos” no sólo
incluía a los fósiles, como los llamaríamos hoy, sino también minerales,
cristales, incrustaciones, venas e incluso estratos o capas de rocas enteras.
También esboza una explicación de cómo los dientes de tiburón habían podido
quedar incrustados en la roca sólida y en cantidad tan grande que resultaba asombrosa.
Todo lo anteriormente dicho forma parte de una apasionante historia que
para nosotros arranca en octubre de 1666. Una cifra algo más que “redonda”. Me
explico.
Anni mirabili (1665-1666)
Antes cité a Robert Hooke, pero
no les comenté nada sobre el momento histórico en el que se inician estos
sucedidos alrededor de los glossopetrae.
Fue nada menos que alrededor del maravilloso bienio del incomparable y genial Isaac Newton.
Su anni mirabili que como el
propio autor describe en una carta, es su “época más fecunda de invención”,
durante la que “pensó en las matemáticas y en la filosofía mucho más que en
ningún otro tiempo desde entonces”. Y fue así, basta con ver los resultados.
Entre los logros de este bienio (1665-1666) se encuentran el método de
fluxiones, la teoría de los colores y las primeras ideas sobre la atracción
gravitatoria.
Que es lo mismo que decir que revoluciona la óptica, caracteriza
a la gravitación “universal” e inventa el cálculo. Y todo en sólo dos años de preventiva
reclusión ¿Alguien da más por menos?
Un bienio que arranca con la Gran Peste que obligó a cerrar la Universidad
de Cambridge como medida de seguridad y a Newton a volver a su casa en el campo.
Una vuelta rural con la que, con toda seguridad, se inicia el período más
productivo de su vida, desde el punto de vista científico. Y, probablemente, el
de mayor provecho también para la humanidad.
En más de una ocasión les he referido esta decisiva terna en el desarrollo
del ser humano. Isaac Newton, quizás sea el hombre más decisivo en nuestra
historia. Albert Einstein, uno de los genios más importantes, y probablemente, Arquímedes.
Ya ven.
Y hasta aquí la historia, sin entrar en muchos detalles, de los glossopetrae y la cabeza de un gran
tiburón blanco.
Una historia que va más allá del simple descubrimiento de un diente de tiburón,
al desempeñar un papel fundamental en el nacimiento de ciencias modernas como la
anatomía, geología y paleontología. Lo que no está nada mal.
Sólo me queda despedirme con una cita reveladora de la idiosincracia del polímata
danés, dice así: “Bello es lo que vemos.
Más bello es lo que conocemos. Pero es mucho más bello lo que todavía ignoramos”.
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