Demasiados riesgos y por doble motivo, para una sola persona.
Tantos que decidió aprovechar la invitación de un editor japonés y puso tierra de por medio. Decidió que daría charlas allí donde le invitaran. Y vaya si lo hizo.
El 8 de octubre de 1922, acompañado de su prima y segunda esposa Elsa, embarcaba en Marsella camino de Japón, haciendo escala en Singapur, Hong Kong y Shangai.
Y durante la travesía hacia el Imperio del Sol Naciente, le concedieron el Premio Nobel en Física de 1921. La mención dice: “A Albert Einstein, por sus servicios a la física teórica y especialmente por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico”.
A destacar que no es como reconocimiento por la teoría de la relatividad, sino por el efecto fotoeléctrico. No. Ya les previne que la teoría era demasiado revolucionaria y polémica, tanto en lo científico como en lo político.
Y del Japón pasó a Palestina, y de Palestina a España, en lo que dio en llamar, pomposamente, su “triunfal paseo relativista” y, humorísticamente, describir hacerla “silbando mi teoría de la relatividad”.
Cierro paréntesis y vuelvo con Federico Alicart.
Einstein y Alicart
En realidad el joven erudito español fue contratado como intérprete y guía de Einstein, por parte de la Universidad Central que le otorgaba el título de Doctor Honoris Causa, por sus indudables méritos científicos. El honoris fue uno de los muchos reconocimientos académicos y universitarios que Einstein recibió en nuestro país -estuvo entre otras ciudades en Barcelona, Zaragoza y Madrid-, además de una remuneración económica por las charlas que impartió en algunas ciudades.
Otro importante tipo de reconocimiento el monetario sin duda, pues fueron nada menos que siete mil pesetas (7 000 ptas) pagadas en metálico, un dineral entonces.
Un dineral no solo en términos absolutos que lo fue, sino también relativos, si pensamos que fueron pocos, muy, muy, muy, pocos los asistentes a esas charlas que pudieron comprender algo, por mínimo que fuera de lo que explicaba.
Dicen que Alicart, a pesar de su juventud, fue uno de los pocos científicos españoles que entendió lo que decía el relativista en sus charlas.
De ser así tuvo que influir sin duda el hecho de que antes se había leído la teoría relativista en el libro de marra que, según cuentan, le regaló el propio Einstein y al que después le pidió se lo firmara.
Natural, tratándose de quien se trataba. Lo hubiéramos hecho cualquiera de nosotros.
Como les he dicho Alicart hizo de guía e intérprete durante la estancia española del genio lo que propició entre ellos una amistad que mantuvieron a lo largo de algunos años, en forma de relación epistolar.
Einstein, Alicart y Aparici
Como testimonio de esa amistad aún se conservan algunas de esas cartas y, naturalmente, el libro que con el tiempo pasó a manos de la familia Aparici emparentada con los Alicart.Son unos sobrinos de Federico quienes en la actualidad lo custodian.
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