También tienen constancia de que no es poco lo enrocado en este negro sobre blanco cibernético, acerca de la moderna teoría de la invarianza y de su autor, el genial físico alemán.
De modo que esta entrada que les traigo apunta en otra dirección, en una digamos más patria.
La de hoy va sobre algunos de los hombres que rodearon al genio cuando estuvo de visita aquí, en España, en 1923. De ellos y de un autógrafo suyo escrito en un ejemplar de uno de sus libros. Ya, ya, mejor será que vayamos por parte.
Libro, ejemplar y autógrafo
El libro, dado el contexto en el que hemos empezado, no puede ser otro que Die Grundlage der allgemeinen Relativitätstheorie de A. Einstein, cuyo contenido versa sobre la Teoría de la Relatividad General (TRG) terminada de pergeñar a lo largo de 1915. Como tal fue publicado en 1916 en la ciudad de Leipzig por el editor Johann Ambrosius Barth. Por cierto y a propósito del texto, recordarán que no hace mucho hablamos del manuscrito que se conserva en la Academia de Ciencias y Humanidades de Israel.
Dijimos de él que está guardado en una habitación especial con las adecuadas condiciones físicas de temperatura (18 º C), humedad y luminosidad (50 lux).
No en vano se trata de las cuarenta y seis (46) páginas escritas en alemán y plagadas de fórmulas matemáticas, en las que Einstein desarrolló en 1915 su imprescindible teoría de la relatividad.
Y dicho esto del libro, del ejemplar de marra apuntarles que es único.
No sólo porque es de la primera edición, lo que tiene su aquél, sino porque lleva en la parte superior de su primera página, manuscrito el nombre del genio, la ciudad y el año. Albert Einstein, Madrid 1923. Lo dicho, único y además está en España.
Por aquel entonces era propiedad del matemático, políglota e ingeniero de caminos, canales y puertos español Federico Alicart Garcés (1902-1984), quien con tan solo veintiún (21) años hizo de traductor del alemán durante su visita a España de 1923.
Y aquí debo abrir un paréntesis viajero.
“Silbando mi teoría de la relatividad”
En esos primeros años del siglo XX, lo cierto es que en Alemania no corrían buenos tiempos para según qué personas. Por ejemplo para gente como Einstein, quien además de ser un revolucionario por sus ideas científicas, por sus manifestaciones en público se mostraba como un internacionalista que, para más inri, era judío.
Sin duda una combinación un tanto peligrosa, y pruebas de lo que les digo no faltaban. El 24 de junio de 1922 era asesinado W. Rathenau, ministro alemán de Asuntos Exteriores, amigo de Einstein y reconocido como internacionalista.
Poco después empezó a correr el rumor de que se preparaba un atentado contra el físico. No, no era visto por mucha gente.
No eran menores los celos profesionales que despertaban sus teorías relativistas como científico, ni pequeños los recelos nacionalistas que suscitaba su persona. (Continuará)
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