Dicho esto último con reserva ya que me refiero al mercader y viajero veneciano Marco Polo (1254-1324), célebre por sus supuestos viajes al Asia Oriental. Pero esa es otra historia distinta a la que nos trae aquí y que no hace al caso.
Y no lo hace porque la invención de la cerilla de fricción o fósforo, entendida como varilla de madera con una cabeza inflamable, está asociada al menos en Occidente con John Walker, químico y farmacéutico inglés (1781-1859).
Por lo poco que hay escrito, todo apunta a que el 26 de noviembre de 1826, hoy ciento noventa (190) años ya, el inglés de manera fortuita y sin pretenderlo, ¿serendipia?, inventó lo que conocemos como cerilla.
Cerillas y serendipia
Al parecer mientras trabajaba en el desarrollo de un nuevo explosivo, removiendo con una varilla una mezcla de sustancias químicas observó que, pasado un tiempo, en su extremo se había secado una gota en forma de bolita o lágrima. Instintivamente quiso quitarla frotándola contra el suelo del laboratorio y para su sorpresa comprobó que ésta empezó a arder.
Este inflamable y serendípico momento está considerado como el del invento de la cerilla de fricción y tuvo lugar tal día como hoy de hace ya ciento noventa (190) años. Razón de esta entrada.
Más tarde nuestro hombre descubrió que la gota del extremo del palito, desde el punto de vista químico contenía trisulfuro de diantimonio (Sb2S3), clorato de potasio (KClO3), goma arábiga y almidón. Y que se inflamaba al frotarla contra casi cualquier superficie áspera.
Desde entonces la cerilla ha sido uno de los principales inventos de la historia pues no en vano nos permite obtener fuego de manera instantánea. Solo hay que frotar.
Congreve, patente y Lucifer
Naturalmente apenas habían pasado cuatro meses cuando, ya en 1827, Walker las ponía a la venta en su farmacia de Stockton, bajo el nombre de “luces de fricción”.Y como el negocio empezó a marchar bien decidió comercializar en cajitas de cincuenta (50) unidades junto con una pequeña hoja de papel de lija a modo de rascador. (Continuará)
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