lunes, 17 de octubre de 2016

Siesta y ciencias

Una siesta que, cierto es, no está ligada a ninguna estación astronómica concreta. A quién no le apetece dar una cabezadita después de comer, sin que influya en ello del día del año.

Una siesta entendida como un sueño corto o descanso que se efectúa después de la comida del mediodía y cuya duración, por lo general, suele ser de unos veinte o treinta minutos (20-30 min) aunque, ya, ya, también puede llegar a ser de un par de horas (2 h).

Una costumbre natural conocida por el hombre desde siempre y a la que la ciencia, desde hace cierto tiempo, no deja de encontrarle justificación de naturaleza física, química, psicológica y biológica.

Imperativo bioquímico
A fin y al cabo no es más que una consecuencia natural del descenso que, en cualquier organismo animal, experimenta la sangre después del acto de la comida. En concreto desde el sistema nervioso al sistema digestivo para así facilitar el proceso de digestión de la comida.

De ahí que los animales, a las horas centrales del día, regresen a sus descansaderos, guaridas, nidos etcétera para descansar y reponer fuerzas. Y como animales que somos, los hombres también.

Es por el desplazamiento sanguíneo que provoca la consiguiente e inevitable somnolencia fisiológica, dada la falta de riego de este fluido en el cerebro.

Una “cabezadita” la llaman algunos, que nos sólo nos permite descansar y reponer fuerzas para que nuestro cuerpo aguante mejor lo que resta del día, sino que hace también que nuestra mente se vuelva más eficiente.

Una especie de breve descanso que nos tomamos después de comer, niños y adultos, y que siempre resulta positivo. Positivo con independencia de que hayamos comido o no, o de que no hayamos dormido bien la noche anterior.

Sí como lo leen, curioso, pero es así.

Resulta que esa somnolencia fisiológica a la hora del almuerzo se apodera de nosotros -hayamos comido o no y dormido bien o no-, dado que nuestro reloj biológico nos lo induce más o menos a las ocho horas (8 h) de habernos levantado.

Ni que decir tiene que el efecto soporífero se acentúa si se ha comido y no se ha dormido bien.

Somnolencia salutífera
Pero bueno esto es ya más que sabido por casi todos, y no son pocos los artículos publicados en revistas especializadas que así nos lo han explicado.

A todos los animales, racionales o no, nos viene bien una siesta a esa determinada hora.

Trato de decirles que su práctica no guarda ninguna relación con personas indolentes o haraganas, ni está asociada a pueblos supuestamente amantes de la holganza.

Vamos que no es una denostable costumbre española sino que, por el contrario, tiene muchos efectos beneficiosos para nuestro organismo.

De hecho hay quien afirma que una siesta es como descender al fondo de una piscina, tocar el fondo y volver a la superficie. Dicho así, una maravilla, ¿no les parece?

Pues bien empecemos por el principio, que comienzo quieren los asuntos importantes ¿De dónde proviene la palabra siesta? ¿Cuál es su etimología?

Desde el sillón de esta disciplina filológica que estudia el origen de las palabras y la evolución de su forma y significado, no hay dudas al respecto. Siesta viene de la hora sexta romana, lo que dicho así parece que queda claro.

Pero no siempre, todo es como parece.



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