Que tengamos constancia, ese anhelado deseo de tantos seres humanos, de ver nuestro planeta desde el punto más lejano posible se produjo el 11 de noviembre de 1935.
La fotografía fue realizada ese día por una cámara adosada al Explorer II.
Un globo aerostático tripulado, con un volumen de ciento cuatro mil setecientos setenta y dos metros cúbicos (104 772 m3) de gas helio (He) y una cabina sellada esférica que mantuvo a un equipo de dos hombres a salvo de la muerte.
De una posible doble muerte. Por congelación debido a la baja temperatura del espacio, o por la baja presión de aire circundante. Dos efectos producidos por su enrarecimiento.
Y es que el globo alcanzó la altura récord para esa época de veintidós kilómetros (22 km). Una ascensión más que suficiente como para ver la curvatura de la Tierra.
Lanzado a las 8:00 AM desde el Stratobowl en Dakota del Sur, su tripulación la conformaban los militares Albert W. Stevens y Orvil A. Anderson y su récord mundial de altitud se mantendría imbatido durante los siguientes veintiún (21) años.
En realidad este vuelo marcó el fin de una gran época y de un sueño.
El de alcanzar la estratosfera utilizando un globo aerostático. Ciencia y tecnología decían que era misión imposible, pues las leyes de la naturaleza le ponían techo.
Imposible con un aerostático, pero había vuelo más allá del globo. Llegaba el momento de la propulsión a chorro. En unas horas les amplio lo del Explorer II.
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