Era la primera patente que se daba para este nuevo producto en Estados Unidos e Inglaterra y llevaba intentando que se la dieran desde 1853, cuando desarrolló un método para obtenerla.
Al año siguiente de obtenerla fundó la New York Condensed Milk Company, la primera fábrica de leche concentrada azucarada.
Después de varios intentos, por fin encontró un método inspirado en una cápsula de evaporación que ya se utilizaba para condensar zumo. Con dicha técnica la leche se reducía sin que llegara a cuajar ni a quemarse.
Y él mismo se encargaba de repartirla de puerta en puerta, como un vendedor ambulante, por las calles de Nueva York. Solía llevar veinticinco litros (25 L) que era la cantidad que lograba producir a diario en su pequeña instalación.
No era mucha y aun así había días que le sobraban litros.
Las madres estadounidenses, como todas las madres que en el mundo son, recelaban de la calidad de la leche condensada por novedosa y temían por la salud de sus hijos. La precaución nunca está de más, pero la ignorancia nunca ha sido buena consejera.
Y aunque los comienzos fueron difíciles, cuáles no lo son, las bondades de la nueva leche terminaron por imponerse. Tanto lo hicieron que tan sólo diez (10) años después, la Anglo-Swiss Condensed Milk Company abría sus puertas en Europa.
Pero como no puede ser de otra forma muy poco tiempo, un boticario y empresario suizo de origen alemán, un tal Henri Nestlé (1814-1890) quizás les suene el apellido, lanzaba su propia compañía.
Era evidente que el mercado de la leche condensada prometía suculentas ganancias y todos querían su porción. Y ahí estuvieron compitiendo duramente ambas empresas, hasta que el sentido común se impuso y se fusionaron en 1905.
Que mire usted por dónde es el mismo año que Albert Einstein (1879-1955) publicaba su Teoría de la Relatividad Especial (TRE). (Continuará)
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