sábado, 14 de mayo de 2016

Vacuna, viruela y Jenner

Tal día como hoy de hace doscientos veinte (220) años, o lo que lo mismo el 14 de mayo de 1796, el médico inglés Edgard Jenner (1749-1823) daba un paso más allá, al que con anterioridad había dado en 1789, la aristócrata británica Lady Mary Wortley Montagu (1689-1762).

Tal día como hoy les decía, Jenner practicó dos pequeños cortes en uno de los brazos de James Phipps, el hijo de ocho años de su jardinero a quien previamente le había pedido permiso para ello.

Y puso sobre ellos un poco del fluido que extrajo de una de las llagas de las manos contagiadas de viruela, por parte de las vacas, de una joven lechera, Sarah Nelmes.

La criatura como se pueden imaginar quedó contagiado y durante unos días sufrió la dolencia aunque de forma leve.

Pero pasadas unas fechas, el 1 julio de 1796, “otro día de los que cuentan” y a modo de prueba del nueve de su efectividad, le inoculó la temible viruela humana.

El pequeño nunca más mostró síntoma alguno de la enfermedad. Sencillamente había sido inmunizado por la vacuna.

Un experimento el de Jenner, inadmisible hoy por poco ético, pero que marcó el comienzo de la vacunación, término que recibe su nombre del latino del animal vacca.

Habrá que volver sobre este experimento de Jenner, quizás el 1 de julio por razones obvias, pero sirvan mientras tanto de aperitivo estas líneas.

Hasta comienzos de siglo XIX, la viruela era una de las causas más importantes de muerte, sobre todo en la infancia. La razón no era otra que la inexistencia de cura para dicha enfermedad.

Inexistencia hasta que llegó Lady Montagu, quien popularizó en Inglaterra una práctica que había visto hacer en Turquía, y que consistía en pincharse con agujas impregnadas en pus de viruela de vacas.

Una vez realizado esto, ya no desarrollaban la enfermedad. Lo mismo que hizo Jenner. Sí, habrá que volver.


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